A veces intento deshacerme, pero ni bien me acerco a las mujeres, soy tomada por ellas.
No les alcanza con haber sido presentadas en la red.
Tienen hambre de más.
Y piden y piden encontrar al resto.
Saben que son más y esperaron tanto tiempo para salir.
Un embarazo de años y años aburridas dentro de mi cabeza, que se debatía entre la negación y la incertidumbre.
Hartas de escucharme decir que no servía para interpretarlas.
Que los lápices habían sido parte de mi frustrada etapa escolar.
Que me habían dicho en la escuela que era mediocre para ese arte, sólo de unos pocos.
Cansadas hasta el hartazgo de mi obsesión por las citas de autor. Enseñando una y otra vez a mis alumnas a “citar a pie de página”:
Apellidodelautorcomanombreparéntesisañodeedicióncerrarparéntesistítulodelcapítuloentrecomillaspuntotítulodellibroennegritaocursivanuncaentrecomillaslugardeediciónciudadnuncapaíseditorialpágina
Y siempre había alguien para decir algo más interesante que yo.
Y siempre había alguien que tenía metáforas superiores.
Y siempre había alguien que pintaba para hacerte saltar las lágrimas.
Y una vez que abrí el grifo a las mujeres, comenzaron a gotear primero y a chorrear después buscando un continente.
Deseando no ser malgastadas y que alguien bondadoso comparta la bebida con otros sedientos de ellas.
Porque saben que siempre hay un roto para un descosido.
Y entre ellas discuten, se ríen y lloran.
Se divierten obligándome a transgredir cada día, un poco más.
Se deforman para provocarme.
A veces quieren ser burdas, otras sofisticadas.
Pero no me dejan tirarlas una vez que nacen y me clavan la mirada.
Me imploran, me exigen y se me meten en mis sueños para indicarme cuál debe ser la próxima.
Despiertan recuerdos,
abren heridas,
pero también reparan.
De alguna manera, reparan.
Por eso, ellas: