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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

sábado, 21 de mayo de 2011

LAS SIESTAS DE BELINDA

Shhhhh….es la hora de la siesta!! ….no hagas ruido. Ya sabés que tu padre tiene que descansar.
Esa hora duraba siglos para Belinda. Siglos haciendo el menor ruido en la cocina mientras esperaba a que sus padres se despertaran.  En el tiempo en el que ella era niña, sólo se podía jugar a unas pocas cosas en el espacio reducido de aquella cocina. Sin embargo esos juegos quedaron grabados en su memoria como una lista de almacén:

El juego de la leprosa, el médico y Jesús:

En esa época, Belinda había ido con su madre a ver la película Ben Hur y le había impresionado hasta el punto de querer volver a ver, una y otra vez,  la escena en que la madre y la hija del protagonista están en una cueva llena de leprosos; los que, al final se salvan por el milagro de Dios y vuelven a sus pieles lúcidas y rozagantes en tan sólo un abrir y cerrar de ojos. A Belinda le encantaban los milagros. Entonces, cuando jugaba  volcaba una vela encendida sobre su mano y dejaba que se formaran lamparones, de un lado y del otro. Cuando su mano estaba cubierta, ella se transformaba, a  veces en médico y pacientemente sacaba, uno por uno, los pedazos de vela que la curaban. Otras veces era el mismísimo Cristo y sacaba  los restos de cera mientras decía cosas como: “he venido a salvarte”. También lo hacía con plasticola y entonces utilizaba una pinza de depilar para extraer la piel.

(Demás está decir que, cuando Belinda creció y vio el documental de Michel Moore en el que cuenta que Charlton Heston – que era el protagonista del Ben Hur de su infancia, era el presidente de la Asociación del Rifle en EEUU, quedó por demás shokeada y entró en una desilusión profunda, sospechando así de cada ídolo de su infancia. Pero eso es otra historia)

El juego de la vendedora y el pinche:

 Había veces que de algún vuelto que le quedaba a Belinda cuando su madre la obligaba a hacer los mandados, se compraba talonarios de facturas. Y también tenía un pinche, de esos de metal que había en los negocios.
Y se sentaba y vendía y vendía no sé qué cosas, pero la cuestión era poner en las facturas, un nombre imaginario, una dirección y un precio con un firulete hacia abajo; luego,  arrancarlas e incrustarlas con fuerza sobre el pinche, como si estuviera muy apurada y ocupada. Ah!, también las firmaba. La firma la hacía sentir que ya era grande.

Debido a ese juego, la madre de Belinda se había entusiasmado con su futuro profesional e insistía en que tenía que estudiar Ciencias Económicas o en  que fuera Contadora y, aunque Belinda quería ser actriz, eligió lo más cercano que pudo al deseo de sus padres y su propio deseo: ser profesora de matemática.
Menos mal que sus padres nunca la vieron jugar a los leprosos; de lo contrario, Belinda se hubiera visto presionada a estudiar Medicina o a ingresar en un convento.  

martes, 17 de mayo de 2011

Belinda y el vendedor de globos 2

Confieso que no sé por qué caprichosa idea hice que Beatriz lo conozca a Alfredo. Supongo que por este costado infantil que no puedo callar. Por eso es posible que esta novela jamás llegue a publicarse. No tendría mercado editorial;  no sabrían en qué estante de las librerías ubicarla. ¿En el rincón destinado a la literatura “infanto – juvenil” (¡vaya título para mencionar a los que no están ni en una etapa ni en la otra!)?; ¿en el sector de folletines o novelas para mujeres enamoradas?; o lo que es peor, ¿en la mesa de saldos, conviviendo con cuanto  género sea posible? Lo cierto es que Alfredo es un personaje que me cae más que bien y para mí, ya es como de la familia. Veamos cómo se produce el encuentro con Beatriz:


Una mañana, Beatriz salió de su casa, como siempre, en bicicleta. Dejó el portafolios con sus exámenes corregidos, en el canastito de atrás y emprendió el recorrido  que una y otra vez realizaba hasta el colegio. Los semáforos estaban sincronizados y eso la hacía sentir resplandeciente. La puntualidad se lograba con tenacidad y esfuerzo. ¡Si lo sabrían los funcionarios de la Municipalidad, a los que les había enviado cientos de cartas documento instigándolos a que solucionen el mal funcionamiento del tránsito!
Si todo marchaba como debía, en ocho minutos estaría entrando a su trabajo. Esa era la manera en que la vida la sonreía; con una sonrisa justa, de cinco centímetros de ancho. No hacía falta más.
Pero, lamentablemente, Beatriz Linares Dambrosio no era el centro del mundo y a su alrededor, las cosas sucedían sin pedirle permiso. De pronto, cuando estaba parada en un semáforo y a punto de arrancar, se le cruzó un peatón, al que le tapaban la visión un conjunto de siete globos que al impactar, se soltaron por el aire subiendo libres ante la mirada de quienes estaban alrededor.
Y Beatriz estalló al ver que los ocho minutos de su viaje se convertirían en quince o tal vez más cambiando su día, indefectiblemente.
El hombre flacuchento, de pantalones azules a lunares blancos y su nariz roja y regordeta pegada quién sabe con qué tipo de pegamento a fuerza de caídas, se le aparecía ahí, como un conjunto de huesos tirado por un carruaje de globos. Un hombre insignificante que retrasaba su recorrido; un infeliz que no tenía otra cosa que hacer que la de ser ridículo. Y Beatriz reaccionó, con una voz que no salió precisamente de su cabeza, sino de su más puro instinto de mujer. A  partir de ahí, el reloj comenzaría a contar minutos extras que Beatriz no tenía previstos esa mañana:

-                             ¿QUÉEEEEEE ESTÁAAAA HACIENDOOOOOO? ¿NO VE QUE LLEGO TARDE PEDAZO DE ……PAYAAASO?”
-                             Y a  mucha honra. – contestó Alfredo, dejando salir suavemente de su boca un: - disculpe  señorita, ¿no querría aprovechar usted uno para su niño?- mientras que extendía su mano con un globo azul que se le había quedado enganchado en el pantalón.
-                             ¿Pero usted tiene idea de que con esos…. Uno, dos, tres... siete globos  pudo haberme matado?
-                             ¿No cree exagerar un poco…?...eeeh… ¿.perdón cuál es su nombre?
-                             Beatriz Linares Dambrosio, pero eso no viene al caso. No acostumbro a dar mis datos identificatorios a desconocidos.
-                             Alfredo Alcornoque, encantado.
-                             ¿Alcornoque? Mire señor, no estoy para bromas. Ya con su aspecto tengo suficiente como para que también su nombre sea una ridiculez.
-                             Epa, señora, la noto un tanto agresiva. ¿Qué tal si ese es mi verdadero apellido? Se dará cuenta usted de que no ha sido quien le habla el que lo eligió.  Que  yo sepa, cuando uno llega inocentemente a este mundo, ya hay un apellido esperándolo en el mismo momento del primer doloroso respiro.
-                             Sandeces, señor Alcornoque; la  Constitución Nacional, respalda a todo aquel ciudadano que desee cambiar su apellido cuando el mismo lo ridiculice. Sin ir más lejos, tengo una amiga de apellido REPOLLO que se hace llamar por el apellido de su madre. Simplemente Gómez.  Está visto que su oficio no son las leyes. 
-                             Sin embargo yo, tengo un amigo que se llama BOTE y no sólo no lo ha cambiado, sino que toda su vida ha quedado marcada por ese apellido. Demás está decirle, que hoy se dedica al remo. Y respondiendo a su hipótesis, está visto que mi oficio no son las leyes, sino las leyendas, las fábulas, las fantasías, en fin…..la imaginación.
-                             Hermoso lo suyo. Pero lo único que hasta ahora ha conseguido con todas esas cuestiones, es retrasarme en mis obligaciones.
-                             Disculpe señora que disienta nuevamente. Según los usos y buenas costumbres es obligación moral de una ciudadana como usted, el pedir disculpas a los transeúntes  que  circulan correctamente por la franja permitida de la calle, mientras intentan cruzar para llegar a su destino.
-                             No me hable de destino. Esto no estaba calculado en mi agenda.
-                             Hablando de agenda, tengo desocupado el jueves por la tarde ¿no quisiera usted salir a tomar un helado conmigo para terminar esta conversación que está siendo obstaculizada por el tránsito?
-                             Impertinente había sido el payaso.
-                             Más que impertinente, yo le diría atrevido. ¿Y? aún no me ha respondido
-                             No tengo en mis planes conocer a nadie más en lo que va del año. Ya el cupo está cubierto.
-                             Sin embargo, habrá oído usted decir que la excepción confirma la regla. Por lo tanto, para que sus reglas se cumplan siempre debe haber una excepción.
-                             Es matemáticamente correcto. No lo había pensado de ese modo. Sólo para no retrasarme unos minutos más, contesto que este es mi número de teléfono y que daré mi respuesta esta noche a las 21 hs., luego de consultar la agenda.  
-                             A las 21hs. estaré. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Tal como intuyo  que a usted le gusta.

El vendedor de globos se fue intentando reconstruir en su memoria el nombre de la tan bella señora:

 - Beatriz……Lin… ¿ares?..... ¿Damasco?... ¿Dombresio?..... ¡Da…mbrosio!....Be…Lin…Da… ¡BELINDA! ¡SÍ! ¡BEEELIIINDAAA! 

Y Beatriz Linares Dambrosio se fue pensando que Alcornoque era el nombre que se le atribuía al árbol de donde se extrae el corcho, pero que científicamente se llama Quercus Suber.

-Así que el señor Alfredo Quercus Suber se ha cruzado en mi camino. Es cierto que la excepción hace a la regla. Tan sólo por eso, le di mi número de teléfono; para no retrasarme más. Alfredo Quercus Suber…no queda nada mal…


Continuará…no sé cómo…pero continuará…

domingo, 15 de mayo de 2011

Mirada fragmentada

Bajo del subte en la estación Pueyrredón.
Hora pico.
Subimos la escalera mecánica cientos de cientos.
 Apretados, callados, quietos.  
Y otra vez, lo mismo.

Somos montones de marañas de pelos para hacer colchones,
inmensos ríos de sangre envasada en contenedores de distintas formas y tamaños,
un mar de tripas rellenas de excremento,
pilas de huesos con las que se podría construir una gran torre,
miles de agujeros de los que entran y salen cosas de distintos tamaños,
una montaña de corazones moviéndose al compás de los latidos,
montones de uñas con las que llenaríamos frascos de vidrio para decorar;
cantidades de bolas de ojos húmedas y silenciosas.

Salgo, me alejo de gente y  los fragmentos se juntan. Vuelven a aparecer las personas.
Así de deshumanizante es la escalera mecánica del subte, en una hora pico.