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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

sábado, 18 de junio de 2011

MARÍA DE LA CRUZ


Juro que hago todo lo que puedo.
Por  vos. Por todos ustedes.
Antes,  lo hice por ellos.
Hice todo lo que se debía hacer.
Cumplí mis obligaciones sin preguntarme por mis derechos.
Obedecí, me resigné  al pedacito que me tocaba.
Lloré, sufrí, trabajé.
Amamanté a unos cuantos.
Cargué todo el peso posible.
Trabajé en tiempos de ocio.
Dije muchas veces sí.

No bordé porque no me sale.
Mucho no cociné porque no tuve tiempo.
Tejí, desprolijo, pero tejí.
Cosí botones, lo que no es poco.
Pegué dobladillos y rodilleras.
Cuidé de las plantas, les hablé, aunque se mostraran hostiles, secándose.
Pero al menos, lo intenté.
Quizás, además de hablarles,  debí echarles agua. Perdón.   
Toqué el piano para mi papá, con errores, pero lo toqué.
Estudié los días feriados. Cada fecha en el almanaque.
Y cuando no lo hice, cuando me sorprendió una siesta con la guardia baja, se me remordió la conciencia, como debe ser.

Me entregué al amor. Y a veces fracasé con la mesura.
Perdón si mis zonas íntimas no respondieron al recato.
Traté de apagar el fuego todo lo que pude y usarlo sólo para la reproducción.
Quizás debí regarlo. Perdón.
Nunca supe cuánto iba de agua.
Ni dónde, ni cada cuánto.
Ni cómo se dominan los sueños. Quizás, si no durmiera...

Y tengo pena de todos, mucha pena.
Pero una pena buena, como una misericordia, algo así.
Pena del que se equivoca,  pena del que no se anima.
Pena del que se siente ridículo, pena del que no sabe qué decir.
Pena del que siente pena.
Pena de quien no la siente pero debería.

 Los pucheros  me derriten como la cruz al demonio.
Ante un puchero me desarmo y lloro con el que llora
para que lloremos juntos.
Y después lloro en soledad por no haber podido frenar el llanto.
Jamás pude resistirme a un puchero, a unos ojitos caídos.
A las almas en pena, a las penas sin alma.

Todos cargamos nuestra cruz.
Porque en algún lugar del Árbol nos la inculcaron.
La cruz no es sólo de los que la quieren.
La cruz es de todos.
Más o menos visible, la cargamos.
Algunos le llaman culpa.
Y yo la tengo.

jueves, 16 de junio de 2011

Con el sol en el bolsillo

Es una mañana gris.
Saco el sol del bolsillo de las cosas importantes.
Lo miro y después de un pequeño instante, me lo pongo de sombrero.
De a poco siento cómo mi cabeza comienza a calentarse.
 Y se me ocurren ideas fogosas que me alejan del gris del día.
Y me parece que esto va a durar, incluso, hasta muy entrada la noche.
Y que mi sol va a calentar las cabezas de los que estén a mi alrededor, si por esas causalidades, ellas están grises como el día.
Entonces vamos a vernos bien de cerca, hasta el más mínimo detalle, que incluye el alma.
Y aunque sea por un rato se van a iluminar esas zonas que siempre están viendo tinieblas y lluvias y huracanes.
Me gusta tener un sol en mi bolsillo de las cosas importantes.
Por las dudas. 

domingo, 12 de junio de 2011

Maldades de infancia


De secretos de infancia (parte ll)

Yo no me hacía pis de noche.
Era el gato de mis primos.
Eso decía mi tío Berna cada vez que mi mamá me retaba porque amanecía con las sábanas mojadas.
Por eso metí al gato en el inodoro del baño de atrás.
Y tiré la cadena para que nadie volviera a verlo más.
Y me fui corriendo a lo del Pato Scosimarro, el hijo del carnicero.
Y le conté todo.

Cuando volví, el gato estaba en el patio, al sol.
Le hacían masajes para que se recuperara.
No recuerdo qué ocurrió con él.
Quizás murió de pulmonía.
Tal vez fue sólo un chapuzón.
En casa no se volvió a hablar del tema.