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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

lunes, 14 de noviembre de 2011

PINTANDO ESPERO LA MADUREZ


Siempre pensé que en los tiempos de mi madurez las preguntas universales que tienen que ver con la existencia, la consistencia y  la esencia de cada quien, me llevarían a respuestas que me dejarían satisfecha. El aplomo y  la seguridad conformaban un binomio que me dejaba en una actitud de espera postergando en mí la angustia de la existencia. Ocupada en la crianza de hijos, en la plenitud de la vida en familia, en el crecimiento de una profesión que había abrazado con pasión, me imaginaba madura y asentada habiendo encontrado, al fin, el cofre de la sabiduría.  
Nada de eso ocurrió. Del cofre nunca encontré la llave y cada vez que me siento cómoda en algún tiempo y lugar me sigue invadiendo el fantasma del ocio, al cual sólo acepto si viene de la mano de lo creativo, ya que he sido criada en tiempos en que el ocio a secas era como un tumor maligno del que no se sale fácilmente.
Y dado que ni la religión, ni el psicoanálisis han logrado ayudarme a encontrar las respuestas que había postergado para este tiempo de mi vida, aposté todas mis cartas a las herramientas que me brinda el arte como modo de expresión, pero también como vehículo de búsqueda hacia el incomprensible mundo interior.
Así aparecieron las mujeres primero y las mujeres desacatadas después. Mujeres que me ayudan a mirarme y que son fragmentos de mí que aprecio y odio, que acepto y niego; que me divierten o me aburren hasta el cansancio; que me hacen sentir orgullosa o me colorean las  mejillas por  vergüenza al eterno papelón de vivir; que subestiman los grandes temas de la vida o exageran las pequeñeces a las que nadie daría real importancia. Cada vez que aparece una nueva mujer en mi vida,  siempre está dispuesta a decirme algo que no me hubiera animado a decir sin su presencia.
Pintándolas aprendí a quererlas, a pesar de lo insufrible de la gran mayoría que llegó para recordarme que siempre será una parte importante de mí misma. Quizás ellas tengan en su mano la llave que me ayude a descubrir ese tan preciado cofre de la madurez. O quizás sean quienes ocupadas en sus disquisiciones, han perdido la llave para siempre.
Y dado que no soy tan madura como para aseverar que todas las mujeres vamos en busca de esa llave, no me atrevería ni por un instante a hacer de esta experiencia personal, uno de los grandes temas universales que atañen a la mujer. Pero sí sé que ellas necesitan salir, comunicarse, decir, llorar, reír, divertirse y soñar conmigo en esta etapa de mi vida.