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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

sábado, 7 de mayo de 2011

Acerca del vicio de etiquetar

Hoy etiqueté una foto en el Facebook; creo que fue la primera vez. Intento comprender de dónde me viene la fobia de etiquetar fotos en el Facebook. Siempre lo he sentido como una imposición en el espacio de otro; hay algo que me incomoda cuando veo esa opción y es que siento que “etiquetar” es “molestar”.
Quizás sea porque, el de las etiquetas, es un concepto que atraviesa los temas sobre los que hablo en las clases. Las conocidas teorías del etiquetado, que dicen algo así como que, al mismo tiempo en el que estás etiquetando a un niño, lo estás construyendo: “malo, eso no se hace”; “siempre el mismo torpe”; “tenía que ser él, el que tiró la leche”; “¿quién es la más bonita y/o la más inteligente?”. Y los niñ@s responden a esas etiquetas porque es el pincel que los va visibilizando. En el mundo de los adultos ocurre lo mismo; en cualquier grupo, nunca faltan: el obsesivo, la colgada, el trepador, la envidiosa, la charlatana, etc.
Pareciera que no encontramos otra manera de interpretar el mundo si no es clasificando, categorizando. No se trata más que de utilizar las herramientas que nos brinda el sentido común para hacer más sencilla nuestra visión de la realidad. Y en eso sí que se nos va la mano, porque en la sencillez se esconde el riesgo de teñir tan sólo con un trazo a la totalidad de la persona.
En ese riesgo de la clasificación hay una gran mayoría que responden al parámetro de la normalidad. Concepto que hemos creado con unas pocas herramientas a mano; digamos que las estándar. Con “bueno”, “responsable”, “digno”. “coherente”, “honesto”, “agradable”, “trabajador”, “creativo”….y algunas otras, completamos el perfil. La otra parte, se subdivide en minorías que han sido organizadas, en general, desde la carencia o la superioridad. Aquellos que no son como el estándar.
Minorías destacadas, minorías aplastadas, minorías señaladas, minorías sospechadas, minorías alabadas, minorías postergadas, minorías inaccesibles…
Y aquellos que estamos dentro del parámetro estándar, cada vez que queremos salirnos para ver el mundo desde otros lugares, en general, no se nos tiene permitido: “te estás volviendo loco”; “¿qué te pasa, te drogaste?”; “me parece que tanta terapia te está haciendo mal”; “¿pensaste bien lo que estás haciendo?”.
Por eso no me gustan las etiquetas; ni las del Facebook, ni las de la vida. E intento cada día: comprender, para conocer más; abrir hasta donde se pueda; abarcar con la mirada nuevos horizontes; llegar donde cada minoría me permita estar.
Porque creo que sólo así, crecemos; que sólo así, nos enriquecemos; que sólo así, nos hacemos cada día, un poco mejor.
Es un camino posible que me he propuesto; lo ensayo, me equivoco, vuelvo a probar; me equivoco de nuevo, vuelvo a intentarlo…..y así, siempre…

viernes, 6 de mayo de 2011

Los últimos nuncas


Nunca voy a poder maquillarme bien.
Nunca voy a tener las uñas largas y prolijas.
Nunca voy a dejar de tirar el mate cuando estoy en la cama.
Nunca me voy a olvidar algo luego de salir de casa.
Nunca voy a resignarme a que mi marido deje el toallón húmedo sobre la cama.
Nunca voy a dejar de hablar hasta por los codos.
Nunca voy a decir la palabra justa en el momento indicado.
Nunca voy a dejar de estar callada en un ambiente hostil.
Nunca voy a dejar de ser explicativa a la hora de poner límites.
Nunca voy a dejar de ser romántica.
Nunca voy a dejar de ver la vida de colores intensos, aunque sé que hay pasteles.
Nunca voy a dejar de asombrarme por la obviedad.
Nunca voy a decir no, sin dar cien vueltas antes.
Nunca voy a dejar de amar y odiar la tecnología, al mismo tiempo.
Nunca voy a salir a la calle sin peso en la mochila.
Nunca voy a viajar tan sólo con un abrigo.
Nunca voy a lucrar con lo que debería.
Nunca voy a dejar de sentirme alumna.
Nunca voy a dejar de ser una hija obediente.
Nunca voy a dejar de sentir culpa, por si hice algo indebido.
Nunca voy a dejar de necesitar afecto y reconocimiento.
Nunca voy a dejar de amar casi irracionalmente.
Nunca voy a dejar de simular lo tanto que amo, para no apabullar.

Parece que me lo hubiera propuesto, pero no son premisas, ni promesas, ni propósitos.
Son sólo imposibilidades.
Hoy empieza la lista de “quizás” y mañana la de “siempre”.

martes, 3 de mayo de 2011

Belinda y el vendedor de globos

La encontré entre mis archivos. En realidad, la daba por muerta. Le di vida hace unos años y recuerdo que durante ese tiempo me llenó de satisfacciones. Hasta que tuve que ponerme seriamente a encontrarle un final. Y no pude. No pude hacerla feliz, ni prometerle que las cosas iban a mejorar. Habíamos llegado al punto del éxtasis cuando la casé con Alfredo, el vendedor de globos. Pero si la historia quedaba ahí, no iba a ser más que otro de los tantos cuentos de colorines y colorados con dibujos para pintar.

Me encontré en una encrucijada que había nacido el mismo día que pensé en ella y en los posibles lectores: niños y niñas. Sin embargo, cuando después del feliz casamiento empezaba la convivencia entre Beatriz y Alfredo, las cosas se complicaban. Y como le sucedía a Pirandello con sus seis personajes en busca de un autor, esta pareja no hacía nada para facilitar mi escritura. Porque los verdaderos problemas hacían foco en la intimidad, a pesar de mí y de mis intenciones.

Recuerdo que lo que más me asustó en ese momento, fue el extraño poder que cobraba mi “pluma”. Y cuando me dí cuenta que podía matar a alguno de lo personajes o quizás, a los dos, de una muerte trágica, si así lo quisiera, abandoné los ocho capítulos que los habían hecho felices, impresos en un cajón y guardados en un archivo digital. Pero tanto el uno como el otro vivieron estos años, de riesgo en riesgo. Hasta me parece que quería que el azar tomara las decisiones y que de una vez por todas, se perdieran.
No fue eso lo que sucedió. Al igual que en una Mamuschka, encontré el archivo en una carpeta, que estaba guardada dentro de otra carpeta, en la que había otra carpeta, que tenía otra carpeta, la que guardaba este archivo.

Quizás hoy, desde este blog, pueda ir reconstruyendo la vida de estos dos personajes que aún no sé bien a qué mundo pertenecen. Si es que hay un mundo categorizado, al que se puede entrar sólo mostrando el documento.

Bosquejo del personaje principal:

Nombre: Beatriz Linares Dambrosio.
Edad: 38 años.
Origen: Argentina, de padres italianos.
Estado civil: soltera
Profesión: Profesora de matemática.

Algunos rasgos: Beatriz no toleraba las sorpresas, ni los imprevistos, por lo que siempre tenía todo calculado. Horarios de salida y llegada a cualquier parte, recorrido de colectivos y trenes, días de atención en consultorios y negocios, costo de los insumos mensuales. Y como no le gustaban las impuntualidades, rechazaba todo programa televisivo que se retrasara, así que sólo se limitaba a ver los Discovery, los History o los National.

También tenía previstos los días en los que le tocaba llorar, porque consideraba que las lágrimas la depuraban. Eran los jueves por la noche. A la tardecita, cuando salía del colegio pasaba por el video club y se alquilaba películas románticas, de esas en las que el muchacho está enfermo de un cáncer irreparable; o de alguna muchacha abandonada por su amado, quien la deja por su mejor y más querida amiga. Tampoco faltaban los personajes con infancias terribles o aquellos que viajaban en el tiempo, se enamoraban y luego de encontrar la felicidad debían volver a su vida actual. Desgarros amorosos, penas incurables que la dejaban exhausta y finalmente dormida con los ojos hinchados pero a la vez, gozosos.

Beatriz Linares Dambrosio era, además, previsora. Dije que odiaba las sorpresas y los sobresaltos. Por lo tanto, también tenía la costumbre de preparar, desde el inicio del año, cada uno de los regalos que haría para los cumpleaños de sus más allegados, que no eran muchos, pero con quienes la unían algunos compromisos. A saber:
la única tía que le quedaba viva;
dos vecinas, viudas y solícitas, siempre alertas para cubrir cualquier necesidad o urgencia;
su madre con la que tenía algunos problemillas de la infancia;
la secretaria del colegio que era casi tan eficiente y abnegada como ella;
el profesor Departieu que daba esas clases de biología tan interesantes desde hacía más de cuarenta años y sin equivocarse, como si la ciencia jamás hubiera avanzado ni retrocedido.
Y algún que otro ex alumno agradecido por lo útil que había sido para él la trigonometría – un arte al que a Beatriz le apasionaba -, o la raíz cuadrada – que casi la hacía entrar en éxtasis los días que la enseñaba.

Para Beatriz la vida era como una operación matemática. Si las cuentas se resolvían con inteligencia, nada podía quedar librado al azar. Sin embargo, cada mañana, luego de su estricta rutina, acomodaba, arriba de la mesa en la que se tomaba su tazón de café con leche, las migas de las tostadas, en forma de corazón.

Continuará……¿?