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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

sábado, 23 de abril de 2011

Los a veces y los descubrimientos

  • A veces creés que el otro no quiere; pero cuando descubrís que, en realidad, no puede, recién empezás a verlo.
  • A veces creés que los otros no te registran; pero cuando descubrís que sos vos la que ponés distancia, te aflojás y te predisponés a recibir.
  • A veces creés que esos otros tan importantes son inalcanzables; pero cuando descubrís que también cagan, salís a comprar papel higiénico cantando en voz alta. 
  • A veces creés que esas miradas te juzgan; pero cuando descubrís que sólo te escuchan juzgando lo propio, por fin hablás sin culpas.
  • A veces creés que los que golpean fuerte sobre la mesa, tienen certezas; pero cuando descubrís que golpean sobre sus propias inseguridades, te dan ganas de abrazarlos para que se recuesten en vos.
  • A veces creés que los que no dicen nada, son callados por naturaleza; pero cuando descubrís que no paran de hablarte con la boca cerrada, rezás para que estallen de una vez por todas, sólo por su bien.
  • A veces creés que los que retan, insultan y desprecian no le tienen miedo a nada; pero cuando descubrís que eso es lo que han vivido de niños, los acunarías para que aprendan el calor de un mimo.
Me gustan los a veces y los descubrimientos, porque te ayudan a deshojar las capas de viejas certezas. Entonces siempre hay un margen de error que nos desvía de la omnipotencia de la madurez. No me gustan los siempre y los nunca porque no tienen sorpresas y todavía quiero asombrarme.
Quizás mañana reciba un huevo de pascuas de alguien que no esperaba.

viernes, 22 de abril de 2011

SER DOCENTE l


Soy un nervio vivo. Siento acá, las cosas que me pasan, me atraviesan. Me conmuevo, me asombro, me ilusiono, me proyecto, mi inundo de emociones, creo en cambiar el mundo. Mi psicoanalista me lo dijo el día que me conoció. Mi romanticismo distorsiona mi visión del mundo. Pero cuál es la visión correcta, me pregunto. Cada día que entro a dar una clase siento la ilusión de que, aunque sea un alumno, va a sentir la responsabilidad y el placer que significa ser docente. Cada vez que entro al Ministerio me conmueve pensar que estoy trabajando para mejorar la educación de nuestro QUERIDO PAÍS.
(Sé que un poco de oscuridad al relato no le vendría nada mal; un toque de desencanto, de hastío, de existencialismo. No, esta vez. Lo lamento joven lector).
Leo las evaluaciones que me llegaron desde La Pampa, cuando tuvimos tres días intensivos de talleres con docentes. Allá fui, en el mes de febrero, con mi costilla rota – producida por ese romanticismo que a veces me juega en contra -; con mis valijas a cuestas, llenas de libros y de telas, de sombreros y de cintas. Sabía que era una locura. Me lo decían, me lo dije.
Pero hoy me siento feliz de haber hecho aquel viaje, porque sé que por aquellos llanos de nuestra pampa húmeda, hay docentes que han ambientado nuevos espacios para sus niñ@s; que han utilizado ambientes antes en desuso para darle lugar a los lenguajes artísticos; que han recibido al otoño sin ese árbol de papel afiche con hojas cayéndose, amarillas y en cambio, se han sacado fotos en los árboles del lugar…con ese maravilloso Caldén que tienen por árbol; que están pensando en aquellas preguntas que quedaron resonando en el aire: ¿qué docente necesita el niño, hoy?, y ¿en qué niño piensa el docente cuando realiza una propuesta?
La docencia es un arte que no deja de maravillarme. Si. Sin dudas, la docencia es un arte. Es pasión, es amor, es entrega.
Y en respuesta a lo que muchos de los que leen deben estar pensando: me gusta ser ingenua y no haber madurado, porque, a veces, con la madurez, llegan:
el desencanto,
el reparo,
la sospecha,
el resguardo,
la tibieza,
la llovizna,
la soberbia,
la sabiduría.
Y yo no sé nada.

Cambios


Estoy sola. Me levanté tarde porque estuve con la compu chateando con amigos, escribiendo y dibujando. No almorcé; sólo unos mates y unos cereales. Caminé muchas cuadras, mochila en el hombro para hacer ejercicio y llegar a su casa sin tomar el subte. Ella me esperaba como lo hace últimamente, con sabrosa comida casera. Me saco los zapatos antes de entrar. Me sirve guiso de lentejas con arroz yamaní, torta de zanahorias y mates con semillas de hinojo. Comida calentita, sana, artesanal.
Me escucha, un poco aturdida, acerca de todo lo que tengo para contarle. Mis proyectos, mis amigas, mis dolores, mis dudas y mis miedos. También me cuenta cómo va su vida. Me encanta verla, abrazarla, admirarla. Al rato me pide que me vaya, porque es hora de ponerse a estudiar. Me encanta que me lo diga; entre nosotras todo puede decirse; en ese lugar puedo reir y llorar sin vergüenzas ni reparos. Sus masajes quedarán para otro día, en el que no nos dediquemos tanto a comer.
Cuando ella me toca sólo un poco siento cómo todo mi cuerpo se apacigua. Una mano santa, como la de este viernes.
Me voy con un generoso pedazo de torta que mañana me acompañará mientras escriba, en la cama. ¡Me olvidé el guiso de lentejas que me hubiera ahorrado tener que cocinarme algo al mediodía!
Y pienso que estoy asistiendo lentamente al cambio de roles que nos asigna la vida. Hasta hace no mucho tiempo, yo la acunaba, la amamantaba, le curaba los dolores, la retaba. Hoy es una mujer y yo, una niña. Lila, mi amor

jueves, 21 de abril de 2011

El rasgueo que aún me acompaña



 Esta es la historia de cómo una tormenta de pájaros en la cabeza pudieron fusionar a Bimbulli con Deep Purple.

En aquella época de los setenta yo tenía un jardín de infantes con mi mejor amiga, Teresita. Le habíamos puesto Bimbulli por un cuento italiano de Mira Lobe que nos había encantado en el profesorado. Y habíamos hecho con nuestras propias manos al muñeco de trapo que era el protagonista principal del cuento, bien grande, para que fuera lo primero que vieran los chicos cuando entraban. Si bien nuestro entusiasmo era enorme, el proyecto de Bimbulli no duró mucho tiempo, dada nuestra joven edad y los pajaritos que en ese año rondaron por nuestras cabezas.
Vivíamos con mi amiga en una habitación de la parte de arriba y por las noches yo ensayaba una obra de teatro para niños, por lo que el jardín se transformaba en una sala de ensayos en la que cantábamos una y otra vez los temas musicales de la obra “Entre pitos y flautas”, casi obsesivamente, con todo el elenco.
Una tarde de fin de semana llegó al jardín el amigo de uno de los protagonistas de la obra. Yo lo había visto una vez y sabía que muy simpático, no era. Apareció con un guitarrón de doce cuerdas que me sorprendió sobre manera; casi ni me saludó; se pusieron entre los dos a afinar el guitarrón y luego este flaco, entre engreído y soberbio, tomó la guitarra y tocó la introducción de Smoke On The Water de Deep Purple. Ese rasgueo y algunos otros que le escuché prendieron una mecha que quedó guardada en algún espacio de mi cuerpo; pero no era adecuado pensar en esos acordes, ni en su soberbia, ni en mi deslumbramiento, pues mi situación sentimental estaba ligada, en ese momento, al protagonista de la obra, que cantaba con una voz muy dulce y tenía unos ojos celestes que verdaderamente cautivaban.
Tiempo después y, luego de que el protagonista de los ojos celestes se casara con mi mejor amiga - dando cuenta de que los pajaritos cuando se ponen a revolotear, a veces, hacen mucho ruido - nos volvimos a encontrar.
Y ni bien lo vi, los acordes de Purple volvieron a mi mente inundando mis venas. Y me enamoré perdidamente. Para toda la vida. Sólo que al poco tiempo descubrí que esos acordes eran los únicos que sabía tocar, pero ya era tarde y no importaba.

martes, 19 de abril de 2011

¡¡Festejo por las 1000 visitas!!

Miles de sueños, miles de penas, miles de alegrías, miles de momentos, miles de mates, miles de miedos, miles de preocupaciones, miles de alumnos, miles de días, miles de arrugas, miles de dolores, miles de sabores, miles de aromas, miles de milanesas, miles de enojos, miles de ideas, miles de miradas, miles de chistes, miles de insomnios, miles de entusiasmos, miles de amores, miles de mascotas, miles de dedicatorias, miles de paseos, miles de miles de miles de palabras, miles de horas, miles de libros, miles de canciones, miles de enjuagadas, miles de películas, miles de espacios, miles de lugares, miles de pizzas, miles de empanadas, miles de preguntas, miles de peinados, miles de colores, miles de dudas, miles de sonrisas, miles de carcajadas, miles de duchas, miles de lágrimas, miles de panes, miles de llantos, miles de tristezas, miles de nostalgias, miles de asados, miles de diversiones, miles de iras, miles de kilómetros, miles de abrazos, miles de besos, miles de pasos, miles de esperanzas.
Todos, en una vida.
¡Gracias por compartir este espacio que me envuelve de alegría!

lunes, 18 de abril de 2011

DOSIFICAR LA GULA


Hay objetos perdidos que por algún motivo se instalan en la memoria caprichosamente visitándonos ante la más mínima provocación. Y si nos dieran la propiedad de recuperarlos a cambio de alguna otra cosa, seguramente nos encontraríamos negociando lo inesperado.
Recuperar aquel par de botas blancas de charlol, abiertas atrás y con tiras que se cruzaban; aquella túnica hindú de la década del setenta; el piano que me regalaron a los ocho años; el pullover gordo turquesa, lleno de ochos que me tejió mi madre; el mini short y el maxi saco que llevé a Bariloche en viaje de egresados; “mis ladrillos” de goma; todos y cada uno me producirían un enorme placer.
Pero jamás, jamás, podría sentir la profunda emoción que me invadiría se pudiera recuperar aquellas planchas con figuritas abrillantadas que me compró mamá en una casa mayorista y que guardó en el sótano del edificio para dármelas dosificadamente, así no me empachaba de ellas y podría ir disfrutándolas de a poco, sin gula. Y nunca más volví a verlas porque cuando las fuimos a buscar se habían humedecido y pegado formando una sola pieza.
Si lo lograra, volvería al preciso instante en que las tuve sobre la mesa, las admiraría en su conjunto, plancha por plancha y luego las comenzaría a desprender unas de otras y las acomodaría en el libro de poesías que utilizaba para cantar canciones cada vez que iba al baño. Dos en cada hoja, o tres, depende del tamaño. Y las miraría cada noche y no jugaría con nadie ese juego de apostar si están para arriba o están para abajo, porque no podría arriesgar tan siquiera una.

domingo, 17 de abril de 2011

Domingo lluvioso



Tomar mate con facturas
Ver películas,
Calentar un poco el agua y cambiar algo de yerba
Tomar mate y retomar la película.
Ver Friends mientras tomás envión para levantarte,
Engancharte con una película empezada que retrasa tus decisiones.
Dejar que los ojos vayan cayendo al sueño de media mañana.
Despertarte con la tele prendida, apagarla.
Levantar correos, ver qué pasó en Facebook.
Escribir ciento treinta y nueve caracteres en Twitter.
Ver Friends mientras tomás envión para levantarte.
Llenar la pava con agua y calentarte unos mates con yerba nueva.
Volver a la cama a esperar que pare la lluvia un poco.
Acurrucarte ante el sonido y echar una siestita de diez minutos.
Ver una película en Cuevana.
Dejarla cargando, mientras lees algunas páginas del libro.
Chatear con alguno que está igual que vos.
Calentar el agua de nuevo. Ir al baño.
Comer algo de lo que quedó de ayer. Pensar en cocinar.
Seguir pensando en otras cosas.
Ver Friends y ponerte el límite de que cuando termine, vas a hacer algo.
Trabajar un poco en la cama, dibujar.
Recordar cuando los chicos no te permitían esas licencias y acurrucarte aún más.
Pensar en los días agitados de la semana y hundirte en el colchón rodeada de almohadones.
Hacer zapping, apagar la tele.
Hacer programa para la tarde, unos llamados telefónicos sin mucho entusiasmo.
Dibujar, escribir, dar vueltas y encontrar otras posiciones aún más cómodas.
Prender la tele, ver Friends y ahora sí, cuando termine la escena en la que Chandler se casa con Mónica y Rachel se queda pensando en que está embarazada de Ross, te levantás para calentar el agua y hacerte unos ricos mates.