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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

viernes, 11 de marzo de 2011

LA VI, EN UNA HOJA DE PAPEL.

El tiempo no pasaba de verdad.
En un principio creí que se hacía lento por la ansiedad que me generaba saber que faltaban unos pocos minutos para verla. Pero las agujas de todos los relojes se habían clavado en “menos cuarto”. Al menos, las de los relojes de quienes se encontraban a mi alrededor. Y yo no me animaba a preguntarles, pero observando de reojo podía confirmar que era así.

El silencio me resultaba insoportable y también ellos, que parecían ser una sola persona. Todos pensando la misma cosa, al mismo tiempo. Pero yo no podía incluirme en ese cerebro colectivo. Sólo podía pensar en ella; y era tan fuerte su imagen en mi mente que el papel que tenía frente a mí, había tomado la forma de su cara.

Y pensaba en la extrañeza del tiempo; y en cómo mientras los relojes se empecinan en igualarnos a todos bajo la mirada homogeneizante de esas dos agujas, yo no llevaba su ritmo y agonizaba frente a las dos tiranas.

Entonces me quedé frente a la hoja de papel. Aún permanecía ahí su cara, y tal era mi deseo de verla, que la hoja, compadeciéndose de mí , se presentó ante mis ojos como una gran pantalla.

Y pude verme saliendo apresurado entre la multitud. Y verla a ella, ahí sentada, conversando con sus amigas de siempre. ¡Se veía tan bonita con ese flequillo que le caía sobre la frente!.

Cuando llevaba ese alfajor hacia su boca, lo hacía con tanto placer que me parecía estar sintiendo el sabor en la punta, de la lengua. Yo me quedaba contemplándola desde aquel rincón que no me delataba. Tenía que retener en mi mente todos sus movimientos para luego repasarlos en sus horas de ausencia.

Si bien no era mucho el tiempo que tenía, ella se las arreglaba para vivirlo intensamente, y aunque no podía correr, caminaba ligero desafiante; y aunque no podía soltar sus cabellos, intentaba un peinado más suelto con unas hebillas prestadas, y aunque no sabía de mi existencia, se movía para ser mirada.

Y así fue como de tanto imaginarla, el timbre pasó de largo en mis oídos, y me quedé sin el preciado recreo

Ahora estoy nuevamente frente a esta hoja de papel, esperando la próxima oportunidad para encontrarla. Sólo deseo que las agujas se apiaden de mí y caminen ligero desafiantes, como ella lo hacía en el patio, a la hora del recreo.

Esas cosas también ocurren en La Escuela.
Y mientras transcurren las lecciones, los exámenes y los recreos, los niños viven una vida paralela, y se enamoran, se descubren, se distancian, desafiando una a una, las estrategias de enseñanza que los adultos han pensado para ellos

jueves, 10 de marzo de 2011

Efecto dominó

El psicoanálisis ha sido siempre para mí como un electro doméstico por el que proceso todo lo que me pasa. Y últimamente ando buscando por la vida alguien que me pase alguna otra herramienta, porque a mi procesadora se le venció la garantía y no encuentro explicación a determinados sucesos que ocurren a mi alrededor.
La otra tarde escuchaba atentamente a una amiga que sabe encontrar respuestas a las cosas en campos desconocidos para mí, cuando intentaba darme algunas posibles explicaciones respecto de por qué ocurren las casualidades. ¿Son casualidades?, ¿son causalidades?, ¿son señales? Y creo que entendí algo así como que “cuando hay un cambio en tu vida, un suceso, un episodio, por más simple que parezca, puede ocurrir que, como una marea, todo lo que pasa a tu alrededor, también se mueva”. Se lo conté a mi hermana por teléfono y me dijo que a eso se le llama “efecto dominó”, en alguna corriente de pensamiento o de fe que no terminé de comprender. Casi siempre, mi escepticismo me produce una sordera cognitiva de considerables proporciones, por lo que suelo congelar los comentarios y sigo mi vida, controlando el deseo de salir corriendo y llamar a mi psicóloga para preguntarle el por qué de cada acontecimiento. Aunque no lo hago, ya que “nos dimos de alta” hace unos meses.
Hoy fue un día especial, que desde ayer se viene gestando. Mi marido no iba a venir a Buenos Aires y vino; yo iba a ir al Ministerio pero no pude porque los carpinteros tardaron horas en armarme las alacenas y el placar; mi hijo y su amigo estaban circunstancialmente cerca de casa; los invitamos a almorzar, mientras los carpinteros terminaban de taladrar mis paredes y mi humor. Pero no a cualquier lugar; ayer yo había visto un restaurante a unas cuatro cuadras de mi casa y había quedado registrado para alguna oportunidad que tuviera con mis hijos.
Los cuatro nos dirigimos hacia allá; mi hijo prefirió el restaurante de enfrente; en la charla nos dijeron que mañana querían ir a Mar del Plata con nosotros; como teníamos que resolver quiénes irían en el auto, mi hijo llamó a otro amigo que también vendría, pero éste – desde el otro lado del celular – le contaba, muy preocupado, que ahora no podía hablar al respecto, ya que se había perdido su perro e intentaba recuperarlo. Mi hijo lo contó en la mesa y su amigo dijo – despreocupadamente – “¡ya va a aparecer!, a lo que agregamos que si era un perro de la calle, volvería solo. Cambiamos de tema.
Salimos del restaurante y a las dos cuadras, vemos un perro doblando la esquina en dirección a nosotros. El amigo de mi hijo, dijo “¡Quimil!”, es Quimil!” Tomamos al perro de la correa, llamamos a su amigo y le dijimos que estaba con nosotros. En tan sólo un instante, habíamos resuelto un problema que había acontecido desde el otro lado de un celular, en otro barrio de la ciudad porteña, naturalmente, como si nada. Al menos así lo demostraba el perro.
Buenos Aires es una de las ciudades más grandes del mundo. Ninguno de nosotros estaba en el lugar que debía haber estado.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Su primer día de extravagancia

Mientras hacía la cola en el banco, vi a un hombre con una colita en el pelo que estaba delante de mí; años, cincuenta y pico, medio pelado, desgarbado, un sobre de cuero bajo el brazo, camisa y aspecto de hacer su rutina de trámites cotidianos. Todo menos esa colita diminuta era común en él. Pero esa no era la cuestión - que bien sé que uno anda por la vida como le viene en gana - sino que en sus ojos se leía que la colita delataba su primer día de extravagancia. Como cuando uno se pone por primera vez un sombrero raro o alguna prenda inusual. Supongo que debe haber estado frente al espejo, dudando, porque el pelo era largo para ser corto y corto para ser largo. O que su esposa se lo habrá sugerido como una solución pasajera o alternativa. Y tal vez hasta se haya erotizado con la idea. Aunque no lo imagino con esposa; más bien me sabe a triste y solitaria su presencia. Y entonces la colita sería algo así como la promesa de una joven compañía.
En el fondo, los hombres no son más que unos niños que juegan a ser importantes.

¿Cereza o certeza?

En un párrafo del libro La buena terrorista de Doris Lessiing, leí sobre un personaje “era dura como una certeza”, allí donde decía “dura como una cereza”. Y me pregunto ¿qué otra cosa además del carozo, tiene de duro una cereza? En cambio una certeza no tiene partes blandas, por donde la mires, es dura, tajante, irremediable y cerrada. No hay nada blando en una certeza. Me pregunto si será un error en la traducción, en la edición de bolsillo o si quizás pude haber encontrado una mejor referencia a aquel personaje.

martes, 8 de marzo de 2011

¿El hombre es la humanidad o sólo una parte?

No sé qué me hace suponer que tengo que escribir algo sobre la mujer, hoy en su día. Será que como ayer escribí sobre los carnavales, la lógica del blog se comience a imponer pidiendo que me haga cargo de hablar sobre lo que hay que hablar en los días que corresponda. Quizás sea porque me despertaron los mensajes en los que otras mujeres me recuerdan que si tuvieran que elegir nuevamente un sexo al nacer, elegirían ser mujer.
Pero no puedo evitar preguntarme por qué no existe un día del Hombre. Y éstas son sólo apreciaciones que no tienen el más mínimo atisbo de investigación…por eso justamente me armé este blog…para carecer de la citas textuales y las notas al pie que me hacen recordar que todo lo que digas debe estar fundamentado.
No sé si quiero fundamentar mi argumentación. Pero como dice el dicho: “algo huele mal en Dinamarca”. Hay un día del animal, un día del niño, un día de los abuelos y de los tíos; un día del padre y de la madre. Si hasta hay un día de brujas. Pero no hay un día del Hombre. Ya sé que las mujeres nos lo merecemos por haber sido tan explotadas. ¿Pero no nos cobramos ya lo suficiente? Sin ir más lejos, miremos a la presidenta, ¿a alguien puede parecerle que ella necesita un día para que la reconozcan en su condición de mujer? Por el contrario, creo que lo que se acerca, indefectiblemente, es el día del Hombre. ¿O no hay hombres aún explotados y no reconocidos?, ¿o no hay hombres esclavos de las mujeres?, ¿o no hay hombres que día a día se devanan los sesos por comprender qué nos sucede cuando lloramos, cuando no les hablamos, cuando cambiamos nuestros humores en tan solo un abrir y cerrar de ojos?
Quien quiera recibir las flores que las reciba, pero me parece que ha llegado el momento de volver a revisar entre los borradores de la historia y recordar que el Hombre no es la humanidad. La humanidad es una categoría que nos abarca tanto a las mujeres como a los hombres. El hombre es el hombre y no tiene su día.

lunes, 7 de marzo de 2011

Estampas de carnaval

Las bombitas de agua que íbamos preparando en fuentones.
Los pomos de goma que nos regalaba Pancho Scarpatti.
El disfraz de Rita Pavone , el de bruja, el de Hawaiana.
El nene al que disfrazaron de sifón.
Los gritos de las mujeres a las que les tirábamos lanza perfumes en las piernas, mientras bailaban el tango en el club Quilmes.
Mi primo Lalo enojado en una mesa del club porque mis otros primos le hicieron tomar su orina diciéndole que era cerveza.
Las veces que mi mamá me hizo ganar concursos de baile y de disfraces porque era quien los organizaba.
Subir al escenario a recibir premios mal ganados y no poder delatar a mi mamá.
Mi mamá conversando con cuatro o cinco amigas en un cuartito de club Quilmes, mientras llenaba bolsas de papel picado.
Mi tía Coca vendiendo cotillón junto con mi mamá.
Mi tía Coca dándome papel picado o serpentinas cada vez que me ponía frente al quiosco.
Mi mamá dándome lanza perfumes cuando mi tía no estaba. Los lanza perfumes eran caros.
El cuartito en el que mamá escondía a mis amigos para pasar del carnaval infantil al de adultos sin pagar.
Subir al escenario en los carnavales de la noche a bailar con “The cos combo” (así me sonaba de chica) o con las comparsas que venían de Brasil.
Mis padres bailando el tango a las tres de la mañana.
Mi padre bailando el tango con la hermana de la peluquera y mi mamá celosa.
Cuando me escapé en pleno carnaval para hacerme un disfraz de hippie. Un vaquero cortado, desflecado, piernas y brazos pintados con una birome. Flores y símbolos de la paz. Querer ser petisa como “la petisa Rimoldi”, porque era más graciosa que yo.
Las fiestas en la quinta de los Piantoni para festejar el cierre de los carnavales.
Mi papá tirando a Pirucha Piantoni a la pileta, toda vestida, con peinado de peluquería. Y ella llorando.
Unos pibes que me hicieron salir del local en el que trabajaba y me tiraron flor de baldazo, mi vestido transparente. Lindo cuerpo, dentro de todo. Papelón. Frío.
Esperar horas para salir del trabajo, allá por la loma de Colón, porque desde arriba te tiraban sifones.
El pata pata de Miriam Makeba.
El limbo rock.
La cumbia, el Twist.
Negra no te vayas de mi lado.
“Yo tenía diez perritos” que cantaba Tatín, el chiquitín, el regalón.
Los discos que después quedaban en mi casa.
El último carnaval, cuando un novio mío llegó de su viaje a Córdoba y yo sólo esperaba el momento en el que viniera a sacarme del club para ir a bailar a Constitución.

domingo, 6 de marzo de 2011

El dedo acusador

Nunca pudimos satisfacer los deseos de mi padre. Sin embargo, nadie podría decir que él nos haya presionado alguna vez para verlos realizados. Todo lo contrario, siempre se mostró calmo, callado y de alguna manera, contento con lo que le tocó y aún le toca vivir.
En una tardecita de domingo, mi marido, cuando aún éramos novios, me invitó a pasar un rato prohibido en algún lugar que nos encontrara solos y libres de satisfacer nuestros propios deseos; pero yo sabía que ni bien entrara la noche iban a hacer una picadita en mi casa, seguida de un partido de carioca. Y hacía un rato había visto unos maníes japoneses que sabía, eran desconocidos para mi papá y no podía sacarme de la cabeza la idea de cuánto le iban a gustar. Imaginé su cara de sorpresa al verlos y pensé que con ese regalo iba a remendar todos los ochos que no fueron nueves y los nueves que no fueron diez en la escuela; todas las teclas del piano que sin querer tocaba equivocadamente cuando él me escuchaba. Mi novio finalmente cedió ante mi insistencia y fuimos a llevar los maníes japoneses, que se sirvieron en un bowl, junto con las papas fritas y los palitos, pasando absolutamente desapercibidos.
Hace unos meses me regalaron una rosa amarilla muy bella y se me ocurrió ponerla en la mesa en la que él come, junto con su muñeca Juanita que le traje de Cuba y un perro labrador de juguete que le trajo la señora que lo cuida. Los dos tienen que estar indefectiblemente. Hasta ese momento yo no tenía rosas en mi jardín, porque a mi marido no le gusta. Pero tengo jazmines del cabo. No obstante, sabiendo que a mi padre le había gustado la rosa amarilla, compré macetas con rosas de distintos colores, por si acaso y las puse en un lugar que él pudiera frecuentarlas. Delante del jazmín.
Una tarde, una de las señoras que lo cuidan me dijo que él estaba enojado porque no podía llegar hasta el jazmín para sentir su perfume…con esas rosas que había puesto en el medio. Entonces, comencé a sacar flores de jazmín, para que tuviera en un pote de vidrio con agua en la mesa, cada mañana. Mientras tanto, las rosas crecieron y se pusieron verdaderamente hermosas, aunque el jazmín, como es lógico en esta época del año, dejó de dar flores.
Ayer, la señora llevó a mi papá al patio para que viera las flores mientras tomaba su jugo. Le dije: “¿viste papá qué hermosas están las rosas? Y vi que levantaba su mano como para asentir. Pero cuatro de sus dedos se cerraron, quedando el índice apuntando directamente al jazmín. Entonces tomó fuerza para decirme: “si…pero falta una”
La señora me dijo. “ve…a mí me pasa lo mismo, yo no sé cómo conformarlo...y eso que hago las cosas antes de que tenga que pedírmelas”. Yo le contesté: “bienvenida al club, esa es la historia de mi vida”.
Por eso, mi blog. Porque no quiero que mis palabras sean como el sillón perfecto que nunca tuvimos. Porque no quiero guardarlas en carpetas y dejar que se pudran como las flores cuando las arrancás. Porque quiero escuchar mi propio deseo. A pesar de que mañana seguiré esperando que, mágicamente, de mi jazmín brote una flor más para le mesa.