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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

lunes, 28 de febrero de 2011

Un piano, unos reyes, una tía, un padre

EL PIANO:

A mi padre, de chico, le hubiera encantado saber tocar el piano; pero no le fue concedido ese deseo porque “era cosa de mujeres”, decía mi abuela. Así que cuando yo cumplí los 8 años, me llevó a lo de Sebastiani, un conservatorio que había en frente de mi casa y que a su vez era la casa de los profesores, el matrimonio formado por Don Miguel y Doña Alcira, con su hija Alicia que también tocaba ese instrumento.

El Conservatorio

En lo que sería el comedor de la casa, doña Alcira enseñaba teoría y solfeo. Sus clases eran individuales, así que ni bien uno llegaba tenía que sentarse para dar y escuchar la lección y hacer la tarea en los cuadernos pentagramados. La teoría de Williams era el libro que seguíamos al pie de la letra. En esa misma sala había un piano que utilizaba Alcira para enseñarnos a ubicar los dedos, la postura del cuerpo y el lugar de las notas a los principiantes. Luego había otra sala (que era el garaje de la casa) que estaba pegada a la cocina de la familia. En esa sala estudiábamos aquellos que no teníamos piano en casa. Y Doña Alcira, mientras cocinaba o se peleaba con su hija, escuchaba lo que tocábamos y nos avisaba elevando el tono de voz, cada vez que nos equivocábamos.
Luego estaba la sala del “Señor”, ella lo llamaba así. Ahí entrábamos una o dos veces por semana, para dar la lección. Don Miguel se ponía de espaldas al piano y miraba por la ventana hacia la calle, mientras el alumno tocaba. Y cuando algunos pasajes musicales resultaban demasiado difíciles, se daba vuelta y con una lapicera de tinta, tachaba las notas de algunos acordes para hacerlos más sencillos. Después marcaba con una cruz bien grande desde dónde hasta dónde teníamos que avanzar para la próxima vez.
Él siempre se mostraba alegre y mucho no le importaba la postura del cuerpo o los movimientos de las manos. La cuestión era que se escuchara agradable. A mí me llamaba por mi segundo nombres “Carlota” y a veces me gritaba: “no….así estás matando al piano”….”suavemente, tenés que acariciarlo.
Las audiciones de fin de año eran a doce manos. Ellos preparaban el salón y ubicaban los tres pianos de la casa juntos. Y ahí tocábamos de a seis alumnas, las piezas musicales que él mismo arreglaba. Le resultaba muy sencillo porque había sido director de una orquesta típica en Buenos Aires. Se habían ido a vivir a Mar del Plata y el Conservatorio les significaba una buena jubilación.
A esas audiciones iba irrenunciablemente mi tía Cora, la hermana de mi padre, que fue la única de la familia que pudo aprender a tocar el piano, por el hecho de ser mujer.

Los Reyes Magos

Cuando tendría unos diez años, en vísperas de reyes, mi papá - que no era de mucho hablar – me dijo que me acercara porque quería hablar conmigo. Y me comentó algo así como: “hija, supongo que ya sabrás que los reyes no existen y que somos los padres. Este año no tenemos dinero para comprarles regalos porque la situación está siendo difícil, así que te pido que no esperes nada para mañana”.
Creo que me asombré más de que mi papá se haya dirigido a mí para decirme algo importante, que del regalo que no iba a tener para los reyes.
A la tarde, fuimos con mi papá a lo de mi tía Cora – la hermana de mi padre, a donde íbamos siempre de visita con él. Era nuestra salida, solos.

La casa de mi tía Cora

Mi tía tenía una casa grande con jardín; y detrás, había un gallinero en el que había un gallo, unas gallinas, un pato y una nutria. Mi prima Liliana jugaba siempre con los animales e incluso le lavaba los dientes a la nutria o la montaba encima del pato. Además mi papá había traído de Misiones, una mona que se llamaba Titina y también había dos o tres teros deambulando por el jardín. Dentro de la cocina, una jaula con cardenales, que eran la locura de mi padre. Como nosotros vivíamos en un departamento, él se daba el gusto de estar en contacto con los animales en la casa de mi tía.
Mi tía Cora era muy hacendosa; modista y bordadora. Ella se encargaba de hacer todos los ajuares para los casamientos de la ciudad. Mi prima Alicia – la mayor – hacía lo mismo que la madre. Y Liliana se sentía más atraída por las actividades artísticas por lo que de grande estudió Bellas Artes. Pero en realidad, era el varón con el que seguramente mi tío habría soñado, ya que era una apasionada de las herramientas, los deportes y la acción.
Sin embargo, si bien solía acompañar a mi padre a esa casa regularmente, a veces me daba temor estar ahí porque le tenía miedo a casi todos los animales. Aunque mis principales enemigos eran los teros. Me aterraban. También los cuellos de visón de mi tía, con los que a veces me esperaba mi prima cuando tocábamos el timbre. Ella nos recibía con los visones asomándose por la ventana chiquita de la puerta y disfrutaba muchísimo con mis miedos.

Los reyes magos parte dos

Esa tarde, mi tía me invitó a quedarme a dormir. A mí no me gustó mucho la idea porque jamás había llegado a ese punto de confianza. Sin embargo, dado que insistieron tanto, me quedé. A la mañana siguiente me despertó con un desayuno inusual: huevos pasados por agua, recién sacados de la gallina. Fue muy especial ese momento, porque para mí los huevos se compraban en lo de los hermanos Pampín.
Cuando me vino a buscar mi papá, fuimos a casa y al llegar a la puerta, me pidió que entrara con los ojos cerrados. Me acompañó hasta el comedor y cuando abrí los ojos, ahí estaba el piano. Un piano color caoba que brillaba muchísimo y un taburete redondo que se subía y bajaba. Dentro del piano había tres piezas musicales: los valses La loca de amor y Desde el alma y el tango Mano a mano.
A partir de ese momento, pasé a ser la artista del edificio.
Como mi mamá, cada vez que limpiaba abría las ventanas de par en par, siempre había algún vecino que me pedía una pieza…”tocate un tango Silvita”…”tocate la loca de amor”, o la pulpera de santa lucía.
Estudiaba todas las tardes y cuando mi padre estaba en casa, se colocaba detrás de mí y cada vez que me equivocaba, me decía: “ahí te equivocaste”. Esa frase aún me acompaña.
Y a veces me gustaría encontrar a algún señor Don Miguel para que me tache algunos acordes difíciles de tocar.

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