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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Breves historias...



Ernesto e Isabel jugaban con un pequeño rombo de piedra que, al girarlo, despedía destellos color púrpura. Se miraban, aterciopelados. Se decían tantas cosas a los ojos. Y mientras  el rombo giraba, el tiempo parecía detenerse tan sólo en ese instante.
Ni hacía falta tocarse. Ni había qué decir. Sabían que tan sólo tenían el tiempo que tardara el trompo en dejarse caer.

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Octavio era un ladrón de pergaminos y de todos aquellos viejos objetos,  esenciales para unos y descartables para otros. Elena lo admiraba. Era especialmente básico. Pero a ella sólo la guiaba un instinto que adivinaba maternal por la sensación umbilical que le venía desde adentro. Como si un cordón la atara a él de manera definitiva. Un aire color plúmbeo los acompañaba cada vez que intentaban separarse.

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Una esfera color sangre brillaba en el escenario. Efraín  no podía dejar de sacarle la vista de encima. Estaba alterado. Sus rulos,  aún más acentuados por su estado,  aumentaban su aspecto rotoso y desalineado. De pronto sacó algo parecido a un tenedor de su cajón de trastos viejos. Y se puso dramático. Se pensaba a sí mismo un desterrado. Para los otros, un excluido. Cansado de no encontrar una etiqueta mejor, bajó las luces sin dejar de mirar al coágulo gigante que lo amenazaba.  Lo pinchó y se quedó mirando ese río morado  y gelatinoso hasta morir.

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Era tiempo de soltar. Esther sabía que había que construir las alas. Empezar por ahí, aunque más no sea. Lenta y serena coló en un recipiente cientos de litros de olas del mar más cercano y comenzó  a amasar con sal su futuro aireado y ventoso. Rodeada de rosales se soñaba entera en el aire.

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Ese día me hice una pregunta que jamás obtuvo solución. No me reconocía práctico en ese sentido. Me parecía  hasta ostentoso creer que sin ser sabio podría hallar la respuesta rápida a una inquietud errante y solitaria.  Lo atormentador de esa idea me hacía sentir un arlequín en tiempo y lugar inadecuados. Teresa callada, me juzgaba. Finalmente comprendí que tendría que convivir con  esa incertidumbre.

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Alicia sólo quería aferrarse sin sentido a esa isla que la mantendría aislada de la realidad. Se  quedaba apachurrada en esa ensoñación que si bien le mostraba unas alas transparentes, se sospechaba  mentirosa. Alicia no quería crecer. Quería quedarse en Malasia para siempre.
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Parecía imposible atreverse a pedirle que dejara la prótesis. Habíamos escuchado el rumor de que la necesitaba para sentirse entera. Nunca nos dejó opinar. Para ella, era una compañía. Su presencia daba miedo. Su ausencia daba pena.

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No conocíamos su verdadera identidad. Sólo sabíamos que la llamaban Sabrina. La encontré una vez en el alféizar de mi ventana.  En el alféizar calado de la ventana moruna solía decirme ella, como el poema de José  Martí. No soy buen orador, por tanto la pinté con tinta en un lienzo para no olvidar  que de verdad existía. Era rara, bien oliente y perezosa. Y cuando por las noches se me desdibujaba su cara, rápidamente encendía un fósforo para volver a pintarla. Hoy, cada una de esas caras duermen en mi portafolios, unas sobre otras, cuidadosamente guardadas.  

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Desde el confort de su cuarto le pareció escuchar un grito. Después tuvo la impresión que alguien susurraba un lamento. ¿Era una alucinación, acaso? De pronto vio un arco y seguido a él, un cuerpo roto. Alguien había lanzado la flecha. De fondo se escuchaba como si un glaciar estuviera cayendo estrepitosamente al agua.

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Era un macho en el Emporio de la Risa. Se creía humano pero no pasaba de ser un odioso especimen de la raza. Simplemente, un hombre. 
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En la empresa había un radar que captaba a diario lo que pasaba en su interior. Sólo había una corona. Unión  era una palabra y confusa que se usaba caprichosamente. No había amapolas. Todos estaban en la cuerda floja.

PALOMA



Volé anoche desde una paloma
Desde una paloma te divisé
Te divisé y me cautivaste
Me cautivaste y lloré
Lloré y me descubriste.
Me descubriste y te amé.

Te envié mensajes desde su pico
Su pico te declaró mi amor
Mi amor te pidió que subas
Subiste y fuimos dos
Dos que volamos al viento
Viento que siempre sopló