Bajo del subte en la estación Pueyrredón.
Hora pico.
Subimos la escalera mecánica cientos de cientos.
Apretados, callados, quietos.
Y otra vez, lo mismo.
Somos montones de marañas de pelos para hacer colchones,
inmensos ríos de sangre envasada en contenedores de distintas formas y tamaños,
un mar de tripas rellenas de excremento,
pilas de huesos con las que se podría construir una gran torre,
miles de agujeros de los que entran y salen cosas de distintos tamaños,
una montaña de corazones moviéndose al compás de los latidos,
montones de uñas con las que llenaríamos frascos de vidrio para decorar;
cantidades de bolas de ojos húmedas y silenciosas.
Salgo, me alejo de gente y los fragmentos se juntan. Vuelven a aparecer las personas.
Así de deshumanizante es la escalera mecánica del subte, en una hora pico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario