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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

martes, 3 de mayo de 2011

Belinda y el vendedor de globos

La encontré entre mis archivos. En realidad, la daba por muerta. Le di vida hace unos años y recuerdo que durante ese tiempo me llenó de satisfacciones. Hasta que tuve que ponerme seriamente a encontrarle un final. Y no pude. No pude hacerla feliz, ni prometerle que las cosas iban a mejorar. Habíamos llegado al punto del éxtasis cuando la casé con Alfredo, el vendedor de globos. Pero si la historia quedaba ahí, no iba a ser más que otro de los tantos cuentos de colorines y colorados con dibujos para pintar.

Me encontré en una encrucijada que había nacido el mismo día que pensé en ella y en los posibles lectores: niños y niñas. Sin embargo, cuando después del feliz casamiento empezaba la convivencia entre Beatriz y Alfredo, las cosas se complicaban. Y como le sucedía a Pirandello con sus seis personajes en busca de un autor, esta pareja no hacía nada para facilitar mi escritura. Porque los verdaderos problemas hacían foco en la intimidad, a pesar de mí y de mis intenciones.

Recuerdo que lo que más me asustó en ese momento, fue el extraño poder que cobraba mi “pluma”. Y cuando me dí cuenta que podía matar a alguno de lo personajes o quizás, a los dos, de una muerte trágica, si así lo quisiera, abandoné los ocho capítulos que los habían hecho felices, impresos en un cajón y guardados en un archivo digital. Pero tanto el uno como el otro vivieron estos años, de riesgo en riesgo. Hasta me parece que quería que el azar tomara las decisiones y que de una vez por todas, se perdieran.
No fue eso lo que sucedió. Al igual que en una Mamuschka, encontré el archivo en una carpeta, que estaba guardada dentro de otra carpeta, en la que había otra carpeta, que tenía otra carpeta, la que guardaba este archivo.

Quizás hoy, desde este blog, pueda ir reconstruyendo la vida de estos dos personajes que aún no sé bien a qué mundo pertenecen. Si es que hay un mundo categorizado, al que se puede entrar sólo mostrando el documento.

Bosquejo del personaje principal:

Nombre: Beatriz Linares Dambrosio.
Edad: 38 años.
Origen: Argentina, de padres italianos.
Estado civil: soltera
Profesión: Profesora de matemática.

Algunos rasgos: Beatriz no toleraba las sorpresas, ni los imprevistos, por lo que siempre tenía todo calculado. Horarios de salida y llegada a cualquier parte, recorrido de colectivos y trenes, días de atención en consultorios y negocios, costo de los insumos mensuales. Y como no le gustaban las impuntualidades, rechazaba todo programa televisivo que se retrasara, así que sólo se limitaba a ver los Discovery, los History o los National.

También tenía previstos los días en los que le tocaba llorar, porque consideraba que las lágrimas la depuraban. Eran los jueves por la noche. A la tardecita, cuando salía del colegio pasaba por el video club y se alquilaba películas románticas, de esas en las que el muchacho está enfermo de un cáncer irreparable; o de alguna muchacha abandonada por su amado, quien la deja por su mejor y más querida amiga. Tampoco faltaban los personajes con infancias terribles o aquellos que viajaban en el tiempo, se enamoraban y luego de encontrar la felicidad debían volver a su vida actual. Desgarros amorosos, penas incurables que la dejaban exhausta y finalmente dormida con los ojos hinchados pero a la vez, gozosos.

Beatriz Linares Dambrosio era, además, previsora. Dije que odiaba las sorpresas y los sobresaltos. Por lo tanto, también tenía la costumbre de preparar, desde el inicio del año, cada uno de los regalos que haría para los cumpleaños de sus más allegados, que no eran muchos, pero con quienes la unían algunos compromisos. A saber:
la única tía que le quedaba viva;
dos vecinas, viudas y solícitas, siempre alertas para cubrir cualquier necesidad o urgencia;
su madre con la que tenía algunos problemillas de la infancia;
la secretaria del colegio que era casi tan eficiente y abnegada como ella;
el profesor Departieu que daba esas clases de biología tan interesantes desde hacía más de cuarenta años y sin equivocarse, como si la ciencia jamás hubiera avanzado ni retrocedido.
Y algún que otro ex alumno agradecido por lo útil que había sido para él la trigonometría – un arte al que a Beatriz le apasionaba -, o la raíz cuadrada – que casi la hacía entrar en éxtasis los días que la enseñaba.

Para Beatriz la vida era como una operación matemática. Si las cuentas se resolvían con inteligencia, nada podía quedar librado al azar. Sin embargo, cada mañana, luego de su estricta rutina, acomodaba, arriba de la mesa en la que se tomaba su tazón de café con leche, las migas de las tostadas, en forma de corazón.

Continuará……¿?

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