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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

lunes, 27 de junio de 2011

Como una Nana

La llamé.
Estaba desesperada por contarle.
Quería desahogarme. Compartir mis novedades.
Y quién mejor que una amiga para eso.
Ni bien me atendió le pregunté cómo estaba; una formalidad sin importancia para empezar a desagotar el rollo.
Me dijo que como siempre.
Que no paraba de trabajar de un lado al otro.
Que vivía cargando cosas y su espalda ya no daba más.
Que la verdad para qué tanto sacrificio y estudio, si después…
Que su ex seguía sin pasarle un centavo y sus hijos gastaban cada día más.
Que-se-i-ba de-via-je-con-una-a-mi-ga-en-las-va-ca-cio-nes-de-ju-lio.
Ante al cambio de rumbo, casi alcanzo a decir que qué suerte.
No  pude.
Su tono era el mismo que el de “la verdad para qué tanto sacrificio” o el de “vivo cargando cosas”.
Quise decirle que dentro de todo era una buena noticia.
Pero ella siguió acompasando el  mismo ritmo, con un acento al inicio de cada compás y una caída hacia el final de cada frase, como si fuera la canción de un autor poco inspirado.
Y sólo pude seguir escuchando…
tata tata tata tá,
tatatatatatatata,
tata tata tata tá,
tatatatatatatata….
Al concentrarme en el ritmo, me di cuenta que si lo analizaba mejor, no se trataba de una mala canción.
Era como una nana, aquellas que les cantaban las criadas a los niños en tiempos de guerra. Temas escabrosos dentro de dulces melodías. Como tan bien lo describía Lorca.
Y en esa nana comencé a dormitar.
Y a soñar con  cargas y pesos, con hijos que gastan y hombres desalmados. Veía a mi amiga viajar con su amiga cargada de cosas, llena de hijos y llorando mientras miraba nuevos paisajes.
Justo en el momento en el que me encontraba en la zona beta de mi sueño y veía cómo ella se asomaba a un precipicio en la cima de una montaña, me sobresalté al escuchar, del otro lado del teléfono, una voz que me preguntaba:
¿Y vos, cómo estás?
Pero ya era tarde.
Muy tarde. 

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