Me gusta pensar las relaciones entre las personas como fenómenos climáticos.
Como proveedores de aire fresco o causales de tormentas.
Como lloviznas que no dejan de molestar, porque son finitas como las agujas.
Como huracanes que te dejan sin respiro cuando te anuncian algo que no esperabas.
Como tsunamis que te devastan y de los que te reconstruís sólo con el tiempo.
Como el sol calentito de la mañana que te hace sentir confortable y segura.
Como un nubarrón negro y cargado de llanto que ves que se avecina y no podés evitar.
Como un viento tibio que te despierta del sopor.
Como una nevada repentina que te deja sorprendida y helada.
Como una lluvia incesante que te obliga a quedarte en el lugar.
Como un terremoto que te hace temblar hasta el alma.
Los climas se provocan, se construyen. Podemos vivir en la tibieza de un invierno caribeño o en un terremoto con réplicas constantes. Sentir la lluvia como una amenaza, prevenirla a fuerza de paraguas o dejar que nos inunde. De alguna manera, somos como dioses que dirigen los piolines.
En los pequeños actos de la vida cotidiana suceden las cosas que verdaderamente nos importan. Las rupturas y discontinuidades que irrumpen cada día son las que hacen que los recordemos a unos, más que a otros. Mi intención en este blog, es la de acopiar historias, relatos, reflexiones, anécdotas, sensaciones que privilegien el día a día, para que alguna vez puedan ser contados.
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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.
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