Estábamos en un pasillo del colegio de monjas. Yo tenía cinco años y la hermana Crecencia me explicaba que Dios podía aparecerse ante mí, cuando lo quisiera. Y a pesar del miedo que eso me producía, la idea me resultaba atractiva. Ella también me decía que podía hacer los milagros que le pidiera si rezaba suficientemente y fueran absolutamente necesarios.
Me fascinaba la hermana Crecencia porque era como la misma Virgen; muy superior a aquellas que se encontraban colgadas en los cuadros o en las estampillas. De carne, hueso y perfume a violetas, tenía la tez blanca y una piel suave como jamás he vuelto a ver. Hermosa hasta el punto en que uno pensaba que no era cierta. Yo creía en todo lo que me contaba, ciegamente.
Una noche de otoño, le pedí a Dios mi primer y último milagro. Estaba por cumplir los seis años y nunca había podido tener el cabello largo. Recé lo que para mí fue casi toda la noche pidiéndole despertarme con el cabello hasta la cintura. Y tenía la certeza de que así iba a suceder. Ella me lo había prometido.
Y el milagro sucedió. Aunque cincuenta años después, cuando fui a la peluquería y encontré en el mostrador un hermoso mechón de cabellos rubio natural que una tal Lucrecia había dejado, seguro, para mí. Y salí con el cabello largo y rubio, tal como lo había pedido cuando tenía cinco años. La hermana tenía razón, sólo que no reparó en el detalle de explicarme que Dios mide el tiempo con distinta vara.
En los pequeños actos de la vida cotidiana suceden las cosas que verdaderamente nos importan. Las rupturas y discontinuidades que irrumpen cada día son las que hacen que los recordemos a unos, más que a otros. Mi intención en este blog, es la de acopiar historias, relatos, reflexiones, anécdotas, sensaciones que privilegien el día a día, para que alguna vez puedan ser contados.
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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.
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