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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

viernes, 1 de abril de 2011

Ella me lo había prometido

Estábamos en un pasillo del colegio de monjas. Yo tenía cinco años y la hermana Crecencia me explicaba que Dios podía aparecerse ante mí, cuando lo quisiera. Y a pesar del miedo que eso me producía, la idea me resultaba atractiva. Ella también me decía que podía hacer los milagros que le pidiera si rezaba suficientemente y fueran absolutamente necesarios.
Me fascinaba la hermana Crecencia porque era como la misma Virgen; muy superior a aquellas que se encontraban colgadas en los cuadros o en las estampillas. De carne, hueso y perfume a violetas, tenía la tez blanca y una piel suave como jamás he vuelto a ver. Hermosa hasta el punto en que uno pensaba que no era cierta. Yo creía en todo lo que me contaba, ciegamente.
Una noche de otoño, le pedí a Dios mi primer y último milagro. Estaba por cumplir los seis años y nunca había podido tener el cabello largo. Recé lo que para mí fue casi toda la noche pidiéndole despertarme con el cabello hasta la cintura. Y tenía la certeza de que así iba a suceder. Ella me lo había prometido.
Y el milagro sucedió. Aunque cincuenta años después, cuando fui a la peluquería y encontré en el mostrador un hermoso mechón de cabellos rubio natural que una tal Lucrecia había dejado, seguro, para mí. Y salí con el cabello largo y rubio, tal como lo había pedido cuando tenía cinco años. La hermana tenía razón, sólo que no reparó en el detalle de explicarme que Dios mide el tiempo con distinta vara.

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