Entré al bosque.
Llevaba la capa roja que dejaría en la casa abandonada; había llegado la hora de hacerlo.
Los ruidos y la oscuridad que me rodeaban ya no significaban un peligro para mí. Y el lobo acechándome detrás del árbol me traía sólo los viejos recuerdos de aquella primera vez en la que apenas pude huir con la capa maltrecha.
De todos modos, intenté imaginarlo y no podía verlo más que como un niño ansioso y juguetón….¡con el terror que me había provocado dentro de la lujuriosa y solitaria cabaña!
Los aromas del bosque me despertaron una imagen que durante mucho tiempo amenazó mis noches de adolescente. Era la culpa de haber desobedecido los lógicos, únicos y adecuados consejos de mi madre.
¡Pobre mi madre!; ella, que sólo quería protegerme hasta de los peligros más tontos. ¡Cómo no entenderla hoy! Cuando una es madre, siempre encuentra peligros acechando alrededor. Casi siempre con cara de lobo, pocas veces con forma de canasta.
Sin embargo, ella jamás pudo advertir el peligro de mi capa; le había llevado tiempo confeccionarla y lucía tan bien en mi cuerpo sin formas.
Como pude, la conservé conmigo hasta aquel día, pero ya era tiempo de dejarla.
Las capas son para quienes sienten el acecho inminente de bocas que te tragan.
Las capas son para quienes ven en el bosque, un misterio a descubrir.
Yo preferí quedarme con la canasta que me acompaña desde hace tanto tiempo, porque cuando uno mete su mano dentro, siempre hay algo esperando sorprender.
Gracias a la memoria y el olvido.
Y así seguirá siendo hasta mi eternidad.
En los pequeños actos de la vida cotidiana suceden las cosas que verdaderamente nos importan. Las rupturas y discontinuidades que irrumpen cada día son las que hacen que los recordemos a unos, más que a otros. Mi intención en este blog, es la de acopiar historias, relatos, reflexiones, anécdotas, sensaciones que privilegien el día a día, para que alguna vez puedan ser contados.
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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.
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