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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

lunes, 23 de mayo de 2011

El Arte de desaprender

O Intentos infructuosos de hacer el ridículo

Entrada en calor:

Hace unos años, en uno de los festivales del cine de la ciudad de Mar del Plata, subió al escenario del Teatro Auditorium, el director de cine Fernando Birri; hombre nacido allá por 1925 en la ciudad de Santa Fe y conocido por ser uno de los primeros documentalistas del país. Barba blanca, larga, muy larga y palabras que salían de la experiencia de quien ha vivido mucho y aún quiere seguir recorriendo camino, Birri dijo – entre otras cosas – que había emprendido el camino de “desaprender” todo lo que había aprendido hasta ahora.
Habrá sido hace unos diez años de esto y aún recuerdo sus palabras, aunque recién hace un tiempo empecé a comprender “en acto” lo que Birri estaba diciendo.
Dicen los que saben que cada generación se construye de acuerdo con el acervo de conocimiento que ha tenido a mano. Y en función del contexto en el que se cría y lo educan,  lleva consigo una situación biográfica determinada.

La cosa en sí:

Mi infancia es producto de una generación que ha sido víctima de dos grandes paradigmas forjados por la alianza entre las instituciones familia - escuela: la obediencia y el esfuerzo.  “El trabajo es dignidad”;  “si señorita, si mamá, si papá, si jefe” o “porque te lo digo yo”, fueron las frases más comunes del discurso hegemónico de la época.
Salvando las excepciones que dejarán conforme a todo aquel que no se sienta identificado, hemos sido víctimas de estas dos trampas que, por identificación o por oposición, marcaban el rumbo a cada paso, mientras dejaban huellas invisibles y silenciosas. Por un lado, el ocio no estaba bien visto y por el otro,  había que ser buen alumno, buen hijo, buen director (sí, porque si sos director, sos obediente…no cabe la menor duda).
Ya de grandes, seguramente educamos a nuestros hijos haciendo todos los intentos de alejarlos del paradigma de la obediencia; los pretendíamos “críticos”, “creativos”, “originales”. Y deseamos para ellos un mundo mejor en el que hicieran aquello que les produjera placer. Pero este no es el tema de “la cosa en sí”…lo dejo para otra oportunidad.  
Y llegada la hora de desaprender todo lo aprendido, muchos buscamos nuevos caminos que nos liberen, nos diviertan, nos desarmen, nos atraviesen, nos impacten. En ese proceso, yo he querido ir al extremo, porque necesito desesperadamente desescolarizar mi mente… ¡con tanta institución que siempre llevo alrededor!.

Anuncio del desenlace:

Hace poco comencé a estudiar el arte del Clown. En definitiva: el minucioso oficio de ser Payasa, considerando que iba a ser un espacio en el que quedaría expuesta al máximo de mi ridiculez.  
No me alcanzaba con contar historias en los cursos de narrativa; ni con expresarme a través de las máscaras y las danzas. Yo quería exponerme al error, a la vergüenza, al desparpajo.
  
Desenlace fatal:

El otro día, en un ejercicio de Clown tuve que improvisar una ópera frente a mis compañeros; no recuerdo bien qué hice, porque dejé que mi cuerpo entero se expresara.  Y le canté al sol, a las estrellas, exageré todo cuanto me fue posible; me arrebaté con los agudos, ensordecí como jamás lo hubiera pensado (con lo afinadita que suelo ser como buena profesora de música). ¡Al fin libre, pensé…estoy cantando mal, estoy haciendo el ridículo….por fin!
 Cuando la profesora evaluó a cada uno, a mí me dijo:
 - Bien, bien…. Luego miró al resto y dijo, como reflexionando: Silvia es obediente y se esfuerza mucho por trabajar.  

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