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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

jueves, 24 de febrero de 2011

LA CREDULIDAD

La credulidad es un rasgo que aprendí de mi madre. No porque ella haya querido enseñármelo intencionalmente. A mi mamá le decían Picha, que quiere decir “niña” en asturiano. Ella – al igual que mi padre – son nacidos en la ciudad de Mar del Plata. Un día, mi tío Pibe le dijo que en la verdulería de la calle Luro vendían “manzanas saladas”. Y mi mamá, rápidamente, se sacó el delantal de la cocina; dejó a mi tío cuidando de nosotras y allí fue. Volvió con las manos vacías.

Con los productos que vendían por la tele pasaba lo mismo; anunciaban un producto con todas sus bondades y ella no tenía filtros, simplemente creía que si los compraba, iban a funcionar tal como lo había visto.

Un día compró una parrilla que decían “especial para departamentos” y como era fanática del choripan, se puso a asar chorizos en la cocina. Fue tal el humo que comenzó a salir por la ventana del lavadero, que uno de los vecinos casi llama a los bomberos.

El día que salió el televisor a color, quería ser la primera en tener un televisor, así que nos hizo ir a mi novio y a mí en una bicicleta a buscarlo…lo tuvimos que cargar sobre el asiento y trasladarlo unas cuantas cuadras porque no quería esperar a que se lo trajera el flete. Pero finalmente pudimos ver a Pinky anunciar la televisión a color sentados alrededor de la mesa del comedor y tomando mate.

Lo que no heredé de ella fueron la desvergüenza y el desparpajo. Ella no tenía reparos en mostrarse ante la gente como le venía en gana. Cada vez que jugaban el clásico Boca - River, ella salía al pasillo del departamento y le golpeaba la pared de salpicré a mi tío – que vivía del otro lado – para anunciarle que, otra vez, “los gallinas” había sido derrotados. Luego se iba al almacén de los hermanos Pampín con un pañuelo con nudos en la cabeza y su provocación llegaba a la máxima expresión, al entrar en ella y comprar las cosas de cada mañana sin hacer ningún comentario; se regodeaba viendo cómo, mientras que uno cobraba a los clientes (siempre en el mismo lugar), el otro hacía el repulgue con el papel que tanto los caracterizaba envolviendo todo lo que andaba suelto por esa almacén, pero esta vez, presionando como si quisiera estrangularlo.
También podía disfrazarse para las cenas del Club Quilmes - que era en donde ella había sido primero jugadora de básquet y luego del equipo de bowling. – de las más variadas formas.

Mi mamá de joven soñaba con ser cantante o deportista. Una vez se le escapó a mi tía (la hermana mayor que era como su madre), y se fue a la radio, porque había un concurso de canto y ella quería cantar como Libertad Lamarque; entonces, fue con su hermano mayor que tocaba el violín, pero mi abuelo la hizo entrar en razones: esa no era una vida para ella.

Cuando se casó, llegó tarde al civil, porque tenía un partido de basquet que no podía suspender de ninguna manera. Luego de que nacimos nosotras, se dedicó con tanta torpeza como esmero a nuestra crianza, pero siempre con su cabeza puesta en la fama.
Mi mamá soñaba con que alguna de nosotras fuéramos famosas. Pero tenía sus ojos más puestos en mí.

Yo fui a baile durante muchos años, también jugué al tenis, al basquet, estudié piano durante más de 10 años, fui a patín artístico, a hacer cerámica, a dactilografía. Ella me cosía toda la ropa que hacía falta para cada una de esas cosas.

No sé cómo, mi mamá, un día se enteró de que había un concurso literario y como yo tenía 8 años (el concurso sería para chicos de 8 a 12 años, algo así) y no se le ocurrió que quizás yo podía escribirlo, le pidió a mi prima, que en realidad tenía 18 años, que lo hiciera por mí. ¡Ella quería verme en un escenario recibiendo un premio! ¡Y lo ganó! ¡y lo gané!, Y entonces fuimos a recibir mi premio al teatro Ruperto Godoy. Era un concurso muy serio a mis ojos, ya que hablaban personas muy importantes y yo me subí al escenario a buscar el premio que se trataba del libro Recuerdos de Provincia. ¡Justo de Sarmiento!, que era como a mí me llamaban en la familia, porque no quería faltar nunca al colegio.

Seguramente hizo eso porque quería asegurarse de que ganara. Me había visto hacía unos meses arriba del escenario - cuando me seleccionaron para pasarle las páginas de la partitura a un pianista que venía de Buenos Aires, pero yo había subido sólo por el mérito de saber leer una partitura. Y eso, no le alcanzaba.

Mamá era la encargada de los carnavales del Club Quilmes. A la noche estaba en el quiosco de cotillón, en donde se vendía el papel picado, el lanza perfumes y las serpentinas. Y a la tarde organizaba las actividades infantiles.
Yo estoy en la foto con una lapicera Shaeffer en la mano y un conjuntito de bolero y pantalón celeste a cuadritos blancos, con una puntilla de broderie en los bordes, que me había cocido mamá para la ocasión. En esa oportunidad gané un concurso de Cumbia. Ella era integrante del jurado, junto con mi tía Coca y otras compañeras del Club.

También me gané un premio al “mejor disfraz”. Mamá me había disfrazado de bruja, con una máscara de plástico y unas garras que metían miedo, de esas que recién habían salido en el mercado, un vestido de tafeta con remiendos de distintos colores. Otra vez me había tocado la varita de la suerte: mamá también estaba en el jurado.
Recuerdo que en esa ocasión, no me sentí contenta, porque había un chico disfrazado de sifón, que no había bailado ni corrido en toda la tarde. Y creo que él se lo merecía más que yo.
Me hubiera gustado ganar un premio el día que mamá me disfrazó de Rita Pavone. ¡Ese día sí lo merecía, porque estaba tan bonita!

Mi mamá a los 73 años se disfrazó de Xuxa, a los 74 de los excéntricos Loco Mía y a los 75 – unos meses antes de su muerte –, nunca me voy a olvidar que protagonizó el lago de los cisnes y la gente aplaudió a rabiar cuando cayó de un escopetazo dentro de una pileta pelopincho….¡su gran actuación!

El día que murió, nos juntamos todos en casa, antes del entierro….comenzamos a sacar sus fotos y no podíamos llorarla porque nos parecía un chiste: de “la Picha” todo el mundo se ría …porque ella siempre fue la alegría de todas las fiestas. Las lágrimas tardaron en llegar.

A mi papá, lo empecé a conocer “de verdad” estos últimos años, después de que falleció mamá. Mi papá era Tapicero de día y Casinero de noche ( él era Jefe de Punto y Banca). A mí me encantaba ir a la Tapicería, que estaba en un sótano en el centro de la ciudad. Tenía una mesa enorme y gruesa en donde Don Carlos cortaba, con una tijera enorme, las telas para las cortinas que hacía mi tío, que era el único que hablaba y hacía chistes. Porque mi papá siempre estaba callado, ya que tenía siempre en la boca un puñado de tachuelas que iba sacando de a una al borde de los labios para después clavarla en la tela de los sillones.
Al Casino – en cambio – no lo conocí hasta que él se jubiló porque nos lo tenía prohibido. El decía que los familiares de los empleados no podían entrar y mucho menos “mi madre”. (Sabía de su afección por los números y la quiniela y quería preservar al Casino de sus desmedidos entusiasmos)

Mi casa estaba habitada de los silencios de mi papá y las locuras de mi madre.

Unos días después de la muerte de mi madre, de pronto, se aparece en mi casa con una cajita llena de cartas que tenía escondida en la Tapicería desde hacía 40 años; y no sé por qué me las dio – como si fueran un legado – para que yo las guarde. Y yo las guardé en el primer cajón de la ropa interior; ahí tenía: a la derecha la plata; a la izquierda, las cartas de mi papá; en el medio las bombachas y los corpiños; eran como un objeto prohibido para mí, durante mucho tiempo no quise abrir ese paquete; porque tenía las cartas de otras mujeres que había conocido antes que a mi mamá.

Hace unos años las abrí (mi papá ahora tiene 91 años ) y ahí aparecieron esas mujeres, sus primeros amores de la adolescencia. Salió con una tal Morocha, que le recriminaba que él no le escribiera seguido; una tal Negra que le decía que era “su pequeño muchacho” su “niño travieso”. Hay una foto en la que está con una mujer muy bonita, en un café; otra que está cortada y hay una chica, y detrás dice, entre comillas “el desengaño”; luego hay una tarjeta que se ve que es de una publicidad, es una mujer que está mirando como así de costado, con un hombro al aire y dice “Miss Mary: Alambrista”; era una bailarina de un Circo.

Pero dentro de las cartas que heredé de mi padre, había dos cartas de mi madre…eran de cuando ella estaba en Buenos Aires haciendo algún tratamiento.
“¿Cómo estás Tito?, ¿qué tal los bailes en el Club?, te doy permiso para ir; pero cuando vuelvas…..vas a ser……toooodooooo para mí.”

1 comentario:

  1. ...y se me escapó un lagrimón, no más. La credulidad y mucho más heredaste de esa maravilla de madre.
    Bello relato, no fué en vano la insistencia de la Picha, sabía dónde ponía el ojo

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