En los pequeños actos de la vida cotidiana suceden las cosas que verdaderamente nos importan. Las rupturas y discontinuidades que irrumpen cada día son las que hacen que los recordemos a unos, más que a otros. Mi intención en este blog, es la de acopiar historias, relatos, reflexiones, anécdotas, sensaciones que privilegien el día a día, para que alguna vez puedan ser contados.
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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.
lunes, 18 de abril de 2011
DOSIFICAR LA GULA
Hay objetos perdidos que por algún motivo se instalan en la memoria caprichosamente visitándonos ante la más mínima provocación. Y si nos dieran la propiedad de recuperarlos a cambio de alguna otra cosa, seguramente nos encontraríamos negociando lo inesperado.
Recuperar aquel par de botas blancas de charlol, abiertas atrás y con tiras que se cruzaban; aquella túnica hindú de la década del setenta; el piano que me regalaron a los ocho años; el pullover gordo turquesa, lleno de ochos que me tejió mi madre; el mini short y el maxi saco que llevé a Bariloche en viaje de egresados; “mis ladrillos” de goma; todos y cada uno me producirían un enorme placer.
Pero jamás, jamás, podría sentir la profunda emoción que me invadiría se pudiera recuperar aquellas planchas con figuritas abrillantadas que me compró mamá en una casa mayorista y que guardó en el sótano del edificio para dármelas dosificadamente, así no me empachaba de ellas y podría ir disfrutándolas de a poco, sin gula. Y nunca más volví a verlas porque cuando las fuimos a buscar se habían humedecido y pegado formando una sola pieza.
Si lo lograra, volvería al preciso instante en que las tuve sobre la mesa, las admiraría en su conjunto, plancha por plancha y luego las comenzaría a desprender unas de otras y las acomodaría en el libro de poesías que utilizaba para cantar canciones cada vez que iba al baño. Dos en cada hoja, o tres, depende del tamaño. Y las miraría cada noche y no jugaría con nadie ese juego de apostar si están para arriba o están para abajo, porque no podría arriesgar tan siquiera una.
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