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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

viernes, 8 de abril de 2011

Quiero ver, quiero ser, quiero entrar



Era una casa vieja que ni se adivinaba desde la vereda. Su pasillo largo y finito hasta el punto de ir contra las medidas reglamentarias estaba repleto de plantas, árboles y enredaderas que hacían que de a tramos hubiera que caminar torcido para llegar, por fin, hasta la puerta. Quizás por eso, nunca se usaban llaves y los que nos conocían entraban por la ventana o, en caso de que la categoría de “conocidos” no fuera tan cercana, tiraban una piedrita al vidrio de la habitación del primer piso, dado que tampoco había timbre.
De muchas habitaciones contiguas que se comunicaban a través de puertas siempre abiertas; de un patio al que se podía salir desde cualquier sector; y con muchas escaleras que, en cada habitación prometían privacidad, la casa era el refugio que habíamos elegido para vivir un largo tiempo y al que soñábamos convertir alguna vez, en algo como ¿dios manda?
Una mañana de domingo, desprolija, repleta de críos que correteaban por ahí sin importarles los proyectos de una casa mejor, ni mis humores de tener que buscar la vajilla en cajas apoyadas en lo que era la base de una futura e incierta mesada, sucedió el milagro.
Mi marido, al verme haciendo malabares en la cocina y adivinando el asomo de un desborde en mi mirada, se dirigió a la habitación de atrás en la que guardábamos muebles quién sabe para qué; y transformó un enorme ropero - ayudado por algunas herramientas, muchísimo ingenio y la misma enorme buena voluntad - en una mesada de cocina, con puertas y cajones, alta como para nosotros y particularmente diferente a cualquier otra que se vendiera en las casas especializadas.
Y en un momento de esa tarde, en la que yo le cebaba unos mates con poca azúcar y mucha culpa, escuché por la radio una canción que desde mis tiempos de soltera, sólo cantaba por dentro. Durante años habían estado prohibidas y aunque ya llevábamos un considerable tiempo en democracia, sería por motivos puramente comerciales que ni se pasaba por la radio, ni se vendía en las disquerías.
Y en el medio de la arquitectura de una vida construida sin instructivos, lloré por los años prohibidos, por los críos que seguían jugando alrededor y por ese hombre que era capaz de hacer cualquier cosa por verme feliz. Mi Cyrano de Bergerac que ataba todo con alambres.

2 comentarios:

  1. Qué tiempos y qué intensos momentos nos marcaron...
    Silvia, gracias por compartir tus vuelos....
    Abrazo y bello día...
    Viole

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  2. Supongo que el cassette de porsiugeco que tanto escuché vino después de este episodio, para transformarse en un tema fundamental de la banda sonora que podría compilarse bajo el nombre de "La casa de La Rioja". Lindo texto vieja, y siempre tan cálidos los recuerdos de esa época.

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