Nunca pudimos satisfacer los deseos de mi padre. Sin embargo, nadie podría decir que él nos haya presionado alguna vez para verlos realizados. Todo lo contrario, siempre se mostró calmo, callado y de alguna manera, contento con lo que le tocó y aún le toca vivir.
En una tardecita de domingo, mi marido, cuando aún éramos novios, me invitó a pasar un rato prohibido en algún lugar que nos encontrara solos y libres de satisfacer nuestros propios deseos; pero yo sabía que ni bien entrara la noche iban a hacer una picadita en mi casa, seguida de un partido de carioca. Y hacía un rato había visto unos maníes japoneses que sabía, eran desconocidos para mi papá y no podía sacarme de la cabeza la idea de cuánto le iban a gustar. Imaginé su cara de sorpresa al verlos y pensé que con ese regalo iba a remendar todos los ochos que no fueron nueves y los nueves que no fueron diez en la escuela; todas las teclas del piano que sin querer tocaba equivocadamente cuando él me escuchaba. Mi novio finalmente cedió ante mi insistencia y fuimos a llevar los maníes japoneses, que se sirvieron en un bowl, junto con las papas fritas y los palitos, pasando absolutamente desapercibidos.
Hace unos meses me regalaron una rosa amarilla muy bella y se me ocurrió ponerla en la mesa en la que él come, junto con su muñeca Juanita que le traje de Cuba y un perro labrador de juguete que le trajo la señora que lo cuida. Los dos tienen que estar indefectiblemente. Hasta ese momento yo no tenía rosas en mi jardín, porque a mi marido no le gusta. Pero tengo jazmines del cabo. No obstante, sabiendo que a mi padre le había gustado la rosa amarilla, compré macetas con rosas de distintos colores, por si acaso y las puse en un lugar que él pudiera frecuentarlas. Delante del jazmín.
Una tarde, una de las señoras que lo cuidan me dijo que él estaba enojado porque no podía llegar hasta el jazmín para sentir su perfume…con esas rosas que había puesto en el medio. Entonces, comencé a sacar flores de jazmín, para que tuviera en un pote de vidrio con agua en la mesa, cada mañana. Mientras tanto, las rosas crecieron y se pusieron verdaderamente hermosas, aunque el jazmín, como es lógico en esta época del año, dejó de dar flores.
Ayer, la señora llevó a mi papá al patio para que viera las flores mientras tomaba su jugo. Le dije: “¿viste papá qué hermosas están las rosas? Y vi que levantaba su mano como para asentir. Pero cuatro de sus dedos se cerraron, quedando el índice apuntando directamente al jazmín. Entonces tomó fuerza para decirme: “si…pero falta una”
La señora me dijo. “ve…a mí me pasa lo mismo, yo no sé cómo conformarlo...y eso que hago las cosas antes de que tenga que pedírmelas”. Yo le contesté: “bienvenida al club, esa es la historia de mi vida”.
Por eso, mi blog. Porque no quiero que mis palabras sean como el sillón perfecto que nunca tuvimos. Porque no quiero guardarlas en carpetas y dejar que se pudran como las flores cuando las arrancás. Porque quiero escuchar mi propio deseo. A pesar de que mañana seguiré esperando que, mágicamente, de mi jazmín brote una flor más para le mesa.
En los pequeños actos de la vida cotidiana suceden las cosas que verdaderamente nos importan. Las rupturas y discontinuidades que irrumpen cada día son las que hacen que los recordemos a unos, más que a otros. Mi intención en este blog, es la de acopiar historias, relatos, reflexiones, anécdotas, sensaciones que privilegien el día a día, para que alguna vez puedan ser contados.
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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA
Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.
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