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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

lunes, 28 de febrero de 2011

Ser mujer a los cincuenta y seis

Dicen que las mujeres cuando van llegando a cierta edad, están más allá de todos los prejuicios; que la madurez las pone más interesantes (nunca, más bellas); dicen que una mina grande tiene menos vueltas que una piba; que la tiene “más clara”. Y yo me pregunto: ¿de dónde salió ese verso? Porque yo soy un estereotipo bastante común del género y no siento que tenga alguna certeza de algo.
Mi cuerpo aún no pasó la información a mi cabeza sobre el paso del tiempo. Se va deteriorando casi minuto a minuto y yo sigo asombrándome cada vez que estoy frente al espejo. Cuando era joven pensaba que la vejez iba a ir llevando juntos, la cabeza y el cuerpo; pero, no. La cabeza parece empeñada en quedarse estancada, abrumándose al ver que el cuerpo se aleja tanto que casi no puede dimensionarlo. Entonces comienza a verlo como a un extraño. Y una cabeza sin cuerpo, siente soledades, se equivoca, se debilita. Y ahí es en donde, volviendo al principio, tengo que aseverar que una mujer a los cincuenta y pico, tiene una única certeza: la cosa, cada día, va ir de mal en peor. Cada ilusión que se inicie durará lo que una pluma en el aire. Cada proyecto se sostendrá en un mar de incertidumbres. No habrá neurona que no esté cubierta por una preocupación tras otra: los hijos, el marido, algún padre que quedó a su cuidado sin enterarse de que ella también empieza a necesitar de otros, el laburo, la jubilación, la casa, las enfermedades, lo que no será, lo que pudo haber sido. Y si se descubre buena para algo, pensará irremediablemente, que cómo no se le ocurrió antes, que ahora ya es tarde para volver a empezar. Y si logró todo aquello que añoraba de joven, se dirá que hubiera sido mejor haber tomado otro camino, o que cómo se conformaba con tan poco a la hora de soñar.
Y mirándose en el padre aún vivo y reclamándole atenciones, jurará que nunca, pero nunca, terminará al cuidado de sus hijos. Y entonces, aparecerá una palabra que no formaba parte de su léxico familiar: el geriátrico; si ni lo pensó para su padre, en ella es una posibilidad. Y se dará cuenta de que los proyectos, de aquí en más, incluirán esa palabra aunque sea todavía impensable. No será hoy, ni dentro de diez años, pero qué son diez años, sino nada.
Llueve, es domingo. Mi marido, en el club con su practicidad disfrutando del aire libre. Yo, horneando pan y escuchando un piano que me arrima al pesimismo. Mañana, con una cumbia y un hermoso día de sol, quizás escriba sobre lo hermoso que es ser una mujer a los cincuenta y pico de años.

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