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ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA

ESCRITURA ESPONTÁNEA Y ROPA VIEJA Unas veces, salen sin pedir permiso y te piden que las pongas en algún lugar, como si estuvieras hablando y a las palabras se las llevara el blog. Otras veces, las encontrás en borradores que habías descartado y las ponés así, revueltas, desordenadas, como la ropa vieja que se cocina con lo que quedó de la noche anterior. Palabras que desean tocar, pellizcar, acariciar, poner la oreja y encontrarse con otras que al igual que ellas desean salir de alguna garganta.

sábado, 5 de marzo de 2011

Cuando las cartas tardaban en llegar

Ni Isolina, ni Ernestina; simplemente Picha o La flaca...así le decían a mi madre. Ya he dicho que Picha significa “niña” en asturiano, por lo que muchas veces competía conmigo. Cuando se enojaba, siempre nos decía “¡si lo supiera tu padre!”, como si fuera una hermana buchona que no tenía autoridad para retar por sí sola. Pero en los momentos que más sentí la férrea competencia que había entre nosotras, fue en los tiempos en los que esperábamos las tan ansiadas cartas de mi hermana, que se había ido con mi sobrina y mi cuñado fuera del país, por las razones forzadas que todos conocemos.
Única sobrina y única nieta, la niña se había transformado en el motivo de nuestra espera. Como aún no sabía escribir, mi hermana se encargaba de grabarla en un cassette y de enviarnos sistemáticamente esa caja de sorpresas cargada de una media lengua en la que crecía el “tú” y se desvanecía el “vos" alejándola aún más de nosotros, aunque haciéndola más adorable. “Tú sabes tía…”, “voy al jardín con mi lonchera…”.
A cambio de su correspondencia, nosotros le grabábamos otro cassette, en el que, luego de los saludos y los besos de costumbre, mi papá le contaba cuentos que leía en mi Enciclopedia Práctica Preescolar y en una antología muy buena que todas las jardineras de ese momento teníamos en nuestro haber. Cuentos tranquilos, monocordes y de abuelo.
Yo, en cambio, me encargaba de tocar canciones en el órgano y así quedaba un interesante compendio artístico de lo que en la familia sabíamos hacer. Mi mamá la saludaba y le decía cuánto la extrañaba.
Esa competencia férrea se iniciaba cuando el cartero tocaba el portero eléctrico. A eso de las diez u once de la mañana, cuando mamá estaba en plena limpieza de la casa, sentíamos el timbre y ella bajaba desbocada a recibir la carta. Y cuando subía, nos peleábamos ferozmente por abrirla. Ella siempre tenía que leer primero lo que escribía mi hermana. Entonces yo le decía que me diera el cassette, así, mientras tanto, lo iba escuchando. Pero no, en eso sí que no transaba. Primero se leía en voz alta lo que decía mi hermana y luego se lloraba lo que había que llorar mientras los tres escuchábamos a la niña sentados alrededor de la mesa, almorzando, rigurosamente, a las doce del mediodía.

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